Sin
disfraces tras los que escudarse a pesar de caer en sábado
carnavalero, llegarían hasta Pamplona los hijos pródigos del Metal
carioca. No precisarían de adornos enmascarando su propuesta para
conseguir una fantástica entrada en la sala Totem, el crédito que
proporcionaba el cartel que habían conseguido reunir para esta gira,
sería más que suficiente. Con los veteranos Flotsam and Jetsam
picando a los de la vieja guardia, los Legion of the Damned a
todos los que aún no les habían contemplado, y los propios
Sepultura garantizando algunos de los mayores himnos del
género en directo, la noche prometía coqueteos con lo memorable.
Antes
del bolo sin embargo, rondaba la alargada sombra que lleva años
persiguiendo a los de Belo Horizonte, de conversación en
conversación, a modo de comidilla sobre la que todo el mundo tiene
que opinar, pocos se abstenían de pronunciarse al respecto. El hecho
de que Sepultura sin Max Cavalera siempre hayan sido considerados una
banda a media asta por un amplio sector del público, era el tema
estrella sobre el que enlazar comentarios. Evidente resultaba como la
“nueva” formación nunca ha llegado a despejar todas las dudas
que se cernieron sobre ella después de editado el Roots.
En
las distancias cortas volverían a jugarse su reputación unas
cuantas horas después de apagarse las luces, cuando los ilustres
teloneros de la jornada hubieron culminado con su quehacer. Mucho
antes de que Derrick Green volviese a reclamar su puesto una noche
más, los Mortillery aparecerían sobre las tablas de la Totem
ante los poquitos que allí podríamos presumir de puntuales. Los
canadienses se encargarían de esta manera, de dar recibimiento a la
parroquia y poner en tela de juicio el dicho que afirma que a quien
madruga, dios le ayuda.
Los
canadienses supondrían el único borrón importante por tanto,
incapaces de competir en la misma liga que sus compañeros de cartel,
sonando insufriblemente desfasados a pesar de su evidente juventud y
sin las aptitudes necesarias como para ser tenidos en cuenta. En
ocasiones se escorarían hacía el Power Metal americano de los
ochenta, tomando ideas de los primeros Fates Warning, Queensryche o
Savatage, y tratando de golpear como Vicious Rumors o los propios
Flotsam, en su vertiente más acelerada. Quedarían planos en
cualquiera de sus dos facetas, con una cantante de pelo larguísimo
que no era capaz de imprimir emoción a lo que entonaba y unos
músicos que se conformarían con aplicar Thrash leñero de corte
viejuno. Se despedirían indicando su procedencia en español, sin
ofrecer nada que mereciese un análisis más extenso y dejando paso
a los motivos que nos habían invitado a tomar el coche hasta
Pamplona.
Flotsam
and Jetsam serían los primeros, llamándonos a filas con un tema
que no llegue a reconocer y preparándonos para el verdadero despegue
del concierto. “Dreams of Death” nos pondría las pilas a
continuación, desenterrando recuerdos de hace muchos años mientras
contemplábamos uno de los pilares del Thrash metal americano de los
ochenta. La idea era poner sobre la mesa el mítico No Place
for Disgrace del 88, ocupando para ello casi todo el
repertorio y dejando un par de momentos para que el Doomsday
for the Deceiver se luciese.
Su
actuación entera podría calificarse como sería y aguerrida,
exponiendo todas las virtudes que se les presuponía y con un estado
de forma sorprendentemente bueno. En ningún lapso del bolo se les
vio como a las reliquias que los agoreros preveían encontrarse, los
Flotsam dejaron muy claro que aún tienen correa como para patear
unos cuantos culos. Mucho más allá del afán revisionista que
algunos podíamos albergar hacía su directo, mostraron la vigencia
de sus cortes legendarios, especialmente el “I Live You Die” en
el que Erik A.K. se enfundo un casco de guerrero mitológico, para
acentuar el momento y añadir épica a su discurso. Se despedirían
con el “No Place for Disgrace”, dejándonos plenamente
satisfechos y con la dulce sensación de habernos sacado un vieja
espinita, que de vez en cuando escocía.
La
siguiente sesión en la lista presentaría pocas coincidencias con lo
presenciado, a pesar de los paralelismos estilísticos evidentes.
Pasaríamos de golpe al Thrash Death centro europeo que nos iban a
endiñar los Legion of the Damned y tendríamos que
dejarnos la nostalgia aparcada hasta nuevo aviso. Los holandeses
saldrían con el cuchillo entre los dientes y las melenas
alborotadas, repartiendo estopa y aplicando quintas asesinas por
doquier. Como si el conci se hubiese convertido en una ITV en la que
poner a punto las cervicales, enlazarían un tema tras otro, haciendo
que el doblar de chepas acabase por resultar imperativo.
Aquí
debiera señalar que el recuerdo que conservaba sobre la banda de
anteriores oportunidades, se vio absolutamente refrendado en la
Totem, la banda continua tan afilada como cuando comenzaron a rodar y
no han perdido un ápice del empuje que les hizo sobresalir. Siguen
apostando todas sus fichas a la misma fórmula, tan precisa y
efectiva como la recordábamos, contando con una pareja de guitarras
que se afanan por repartir riffs letales y un cantante que en ningún
momento se queda por debajo de la mezcla. Fustigarían de esta forma
durante algo menos de una hora, contundentes y certeros, alcanzando
un nivel de intensidad parejo al que más tarde producirían los
capos de la noche. Tan solo les faltarían los himnos con los que
estos cuentan, para poder encarar con posibilidades a los cabezas de
cartel.
Sin
que los prolegómenos nos permitiesen demasiado tiempo para
elucubrar, saldrían a la cancha los brasileiros, al centro de una
sala que había ido llenándose progresivamente durante la velada.
Aparecerían montados sobre “Trauma of War”, defendiendo desde el
inicio su nuevo The Mediator Between Head and Hands Must be the
Heart, un álbum de título eterno que ha devuelto a más de
uno la confianza en el conjunto. En él centrarían la mayor parte de
su repertorio inicial, sonando poderosos y provocando pogo tras pogo
entre los asistentes.
En
estos primeros momentos optaron por colar su incendiaria
“Propaganda”, metiéndole chicha al asunto y dejando la sala
entera botando sin remisión. Acto seguido proseguirían con cortes
de nuevo cuño, aplicando un trasiego constante y ascendente en
perfecta progresión machacante. Los cortes eran llevados en volandas
por el señor Eloy Casagrande que asombraba detrás de su batería y
un Derrick Green que cumplía con el papel que tenía asignado. Los
veteranos por su parte dibujarían dos estampas radicalmente
opuestas, la de Andreas Kisser gloriosa y desafiante, como si el
tiempo le hubiese mantenido inmaculado, acentuando aún más la
sensación de tedio y desgana que sugería su compadre Paulo Jr.
Metidos
como estábamos en harina, mientras tratábamos de chocar sin
destrozar la cámara de fotos en el proceso, devolviendo con rabia la
intensidad que caía desde el escenario, pudimos apreciar como los
clásicos riffs del conjunto -chirriantes y personales- iban haciendo
que todo aquello nos arrastrase por momentos. El carnaval se tornaba
tribal y “Dusted” anticipaba lo que nos restaba por sudar, el
impulso se detendría un segundo, justo después de recordar el
“Desperate Cry” y honrar al Chaos AD con “The
Hunt”. Se remarcaría entonces el final del primer tramo del bolo,
atacando el “Da Lama ao Caos” con Andreas a las voces y Derrick
como percusionista invitado.
Entrabamos
en la parte noble del sarao, aquí no se iban a permitir concesiones
a la nueva era y tan solo se dispensarían los temas archiconocidos
que la banda grabó hace muchos años con el mayor de los Cavalera.
Las canciones que la mayoría esperaban caerían sucesivos y
fulminantes, perfectamente reservados para convertir lo que restaba
en una batalla campal. Nos plantearíamos en esos postreros momentos
el papel del inmenso frontman que teníamos ante nosotros, no por el
hecho de que estuviese quedando en evidencia, sino porque nos
acordábamos del que en su día grabase su alma en los surcos que
escuchábamos. Era divertido en cualquier caso, cerrar los ojos y
dejarse ir, olvidarse por un rato de la diferencia de registros que
siempre ha originado odiosas comparaciones.
La
catarata de clásicos sería tan demoledora que no dispondríamos de
suficiente tiempo como para conjeturar como es debido, ante nosotros
saldrían enfilados “Inner Self”, “Territory”,
“Refuse/Resist” y “Arise, demasiada tela como para que no se
armase la de San Quintin en medio de la sala Totem. El apocalíptico
tramo descrito dejaría nuestro alrededor arrasado y visto para
sentencia, con el sudor apostado en cada esquina y la gratitud
dibujada en los rostros de los participantes. Quedaban dos últimas
pruebas para concluir con la yincana carnavalera, los dos pelotazos
que todo el mundo recuerda de primeras cuando le mencionan el Roots.
De esta manera nos sirvieron a los postres el “Ratamahatta” y las
consabidas raíces sangrantes, finalizando a lo grande, metidos en
nuestra propia película selvática, sin capoeira con la que poder
adornar los ritmos que nos lanzaban, pero felices de haber llegado
hasta allí siguiendo la estela de la Sepultura.
Crónica y fotos por Unai Endemaño
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