Noche de jueves invernal de por
medio, con ecos desérticos y sonoridades de otra época que nos
aguardaban en la Mogambo de Trintxerpe. Hasta allí nos
desplazaríamos un día después de la impecable demostración de Red
Fang en el Antzoki bilbaíno, otro recital al que no se le podría
separar de la etiqueta Stoner, pero con escasas similitudes respecto
a lo que aquí se pretende contar. Los tiempos esta vez no darían
para pogos incendiarios ni bailoteos de taberna, las cadencias irían
reptando por nuestro fuero interno, tan sibilinas a veces que era
difícil tomar perspectiva frente a la curva que trazaban.
Antes de habernos imbuido en la
comedida ceremonia que los franceses tenían dispuesta, nuestra
aventura comenzaba encontrando aparcamiento por el empinado barrio de
Pasaia, no estuvo sencilla la cosa habría que señalar, aunque
finalmente San Cucufato nos echara una mano providencial. Llegamos en
cualquier caso pronto a la Mogambo, a las ocho y media que el cartel
indicaba como inicio ceremonial, pero con poco más de dos personas
esperando para ser bautizadas. Tocaba hacer tiempo con los
inmejorables precios de la sala en materia de priva, al tiempo que
íbamos saludando a los conocidos que hasta allí se iban dejando
caer.
Los Mars Red Sky acabarían
subiéndose sobre las tablas cuando nos acercábamos a las diez de la
noche, una vez resueltos los problemillas técnicos que habían
padecido. El inicio sería discreto y pelin tímido, al son que
“Clean White Hands” marcaba como introducción para lo que se
avecinaba. El segundo impacto sería el que da nombre a su último
EP, y el primero en el que podríamos sentir los vientos del desierto
haciendo acto de presencia, con los canutos aflorando y la montaña
de graves tornándose seria.
Sobre el escenario Jimmy Kinarl a un
lado, dándole al bajo de medio lado y enfocado en el batera, sin
apenas afrontar a la treintena de espectadores que allí nos
encontrábamos. La postura corporal entroncaba con lo que escupían
los altavoces, el ritmillo iba por dentro parecía querer decirnos.
En la otra punta del escenario el menudo Benoil Busser se agazapaba
detrás de su mastodóntica pedalera poniendo voz al manta
psicodélico, mientras Julien Pras le ponía cuerpo desde su sencilla
batería.
La función proseguiría estrenando
canciones que compondrán el próximo álbum de los galos, aun sin
haber sido editado en el planeta Tierra y sin título que se conozca.
El primer corte que presentaron se llamaba “The Light Beyond” y
mostraba al conjunto desvariando como si de unos Doors comedidos se
tratase, con unos bruscos cambios de ritmo que dejaban el camino
abierto para el éxtasis de “Hovering Sattellites”, otra nueva
creación en la que las proyecciones que la banda tenía preparadas
tomaban protagonismo y los ritmos se tornaban vivos. Daba la
impresión de que la hipnosis colectiva había llegado hasta la
Mogambo para quedarse.
El éter envolvería la estancia
para que volviésemos hasta el primer trabajo del conjunto, con
“Curse” y “Marble Sky” sirviendo de alimento para el alma,
similar al que ofrecen conjuntos como Om o Namm en los que los
tiempos parecen inducir a la meditación. Nos acordábamos de las
cachimbas musicales que acostumbran a esgrimir leyendas como Sleep o
Colour Haze, mientras nos recostábamos sobre nuestras propias
elucubraciones. Noticiable fue entre tanta introspección
psicodélica, el hecho de que Jimmy cantase uno de los dos cortes
señalados y nos mirase de frente para ello.
Atacarían entonces “Strong
Reflection”, saldando deudas con Black Sabbath de manera delicada
y melancólica. La voz de Benoit Busser se apreciaba más débil aun
de lo que sus discos enseñan, resultando demasiado extremo en
ocasiones el contrapunto con los graves que los altavoces proferían.
Parecía por momentos un pajarillo lánguido que se había roto la
pata y pedía ayuda entre los presentes.
Un par de cortes más de su primer
largo serían lanzados antes de dar carpetazo, una pareja compuesta
por “Way to Rome” y “Up the Stairs” que mantenían el tripi
musical en su punto justo, dejando que “Seen a Ghost” dijese
hasta luego a los presentes. Acto seguido se bajarían del tablao,
para volverse a encaramar dos minutos después por aclamación
popular y rematar el bolo con un bis que parecía no estar muy
preparado. Saldaríamos la sesión en tablas, aturdidos por tanto
tiempo espacial y desolado, esperanzados por qué en la próxima
ocasión en que tengamos a la banda delante, estarán un poco más
cerca de ratificar todas las virtudes que apuntan.
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