Una vez más
volvía Scott H. Biram por nuestras tierras, para contarnos sus
deslumbrantes películas de carretera infinita. Por Bilbao
concretamente, se detendría el sábado veinte de septiembre, en la
pequeña sala Azkena y ante un número considerable de seguidores.
Más de media entrada certificando que la cotización de este tejano,
aumenta a cada paso que da, sumando aficionados a su banda de una
pata, al tiempo que otorgaba la razón a los promotores que continúan
apostando por su particular formula.
La que nos atañe
no sería en cualquier caso, una noche que fuese a suponer nada
especial para nuestro protagonista, tan solo iba a tratarse de la
muesca que ese día le tocaba. Comenzaría a grabarla lentamente,
probando ante nosotros el sonido como si tampoco quisiese que un
roadie le acompañara. Nos dejaría terminar con nuestros tragos,
para volverse a subir sobre el escenario una vez más, comenzando sin
demasiada pompa la impresionante experiencia que estaba a punto de
brindarnos.
De la misma forma
que lo hubiese hecho desde el porche de su rancho tejano, Scott se
pondría a rasgar la guitarra mientras cantaba y marcaba el ritmo
con su pie izquierdo. Haciendo que pareciese tan sencillo como
respirar, el señor Biram combinaba Country, Blues y Rock n Roll, sin
preocuparse demasiado por la mezcla que iba quedando. El ritmo
variaba, pero la sensación de naturalidad era permanente.
Simplemente como respirar.
De esta manera
irían cayendo cortes como “Gotta Get Heaven”, cargados de
aleluyas y deudas con la música negra primigenia, demostrando con
orgullo sus raíces sudistas, para un rato después, pasarse al
country crepuscular que contiene “Open Road”. Todo era lícito
de ser removido, en la maravillosa batidora estilística que portaba
el colega. Mientras tanto, entre canción y canción, unas pocas
frases cachondas en ingles cerrado y el lingotazo pertinente al
whisky que descansaba a sus pies. Este sería el esquema con el que
se fraguaría la magia.
Aparentemente
improvisado parecería todo a veces, como cuando cogía una guitarra
que no tocaba en ese momento, o cuando nos comenta como nos contaría
una buena historia, pero que mejor se la ahorraba, por el simple
hecho de que no íbamos a entenderle. Con esa sensación de estar
asistiendo a algo íntimo y personal, discurrirían los minutos entre
tema y tema. Entre lo que iba de “Jack of Diamonds”, a la versión
del “Ride Like the Wind” que se marcaba o hasta que se ponía a
meter guturales poco antes de lanzarse con “I Want My Mojo Back”.
El único corte
de rollo de la velada, vendría durante la interpretación de uno de
los temas del último disco, uno de corte cazallero que creo que era
“Alcohol Blues”. Un tipo absolutamente pasado, se puso durante la
mencionada, a fumarse un cigarro a menos de un metro de Scott, a lo
que este respondió insultándole con palabras gruesas-que no
entendió- y a mirarlo con evidente ánimo retador. Finalmente no
llegaría la sangre al rio, pero sirvió para que viésemos en
directo el carácter del tejano. Un carácter que a buen seguro ha
sido curtido a lo largo de años y años de baretos de mala muerte.
Retornando a la placidez con la que se había desarrollado toda la
velada, sonaría “Still Drunk, Still Crazy, Still Blue”, lo más
parecido a un hit que se marcaría el artista, pleno de feeling a
pesar de que unos cuantos se empeñaran en seguir de chachara
mientras lo interpretaba. También tendría tiempo para mostrar lo
bien que se le daba el blues de toda la vida, sonando pretendidamente
sucio y creíble y hasta para recordar a sus paisanos ZZ Top a lomos
del memorable” Thunderbird”. Todo ello con sencillez absoluta,
como el que se sienta y se pone a contar lo primero que le viene a la
mente. Con la diferencia de que Scott H. Biram parece llevar haciendo
lo que hace, desde que nació. Solo así se explica tamaña
naturalidad, semejante control de los tiempos y gusto a la hora de
enfocar cada corte que interpreta. Memorable paseo por el salvaje sur
de los Estados Unidos, el que nos brindó.
Crónica y fotos por Unai Endemaño
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