La primera gran gira con la que nos
ha recibido el 2014 tenía ingredientes de sobra como para haber
atravesado la península de manera triunfal, llenado pabellones y
dejando suspiros de admiración a su paso. Por desgracia vivimos días
grises, en los que el tono agridulce parece acabar arrejuntándose
con todo lo que antaño parecía intocable. Comencemos con esta
perspectiva por tanto, relatando lo acontecido en la velada
pamplonica, una noche que no se conformaría con dejarnos
crepusculares análisis,sino que también serviría para contemplar a
un conjunto en batalla directa contra su propia madurez.
Siendo esta como es una banda que
siempre se ha caracterizado por aglutinar seguidores acérrimos a sus
filas, enamorados de las virguerías musicadas y los desarrollos
elitistas, sus actuaciones suelen nutrirse de músicos
mayoritariamente, la clase de espectadores que disfrutan analizando
todos los detalles y esperando el momento justo en el que desde el
escenario se escapa media nota torcida. Este ha sido tradicionalmente
el público que ha llenado las actuaciones de los americanos y hoy en
día es el que continua acercándose hasta sus giras, sin conseguir
de todos modos en pleno 2014, que los recintos en los que predican
coloquen el significativo sold out. Aquí se encontraría el primer
condicionante para entender como es debido, todo lo que allí se iba
a edificar durante las próximas tres horas.
El día anterior venían de pegarse
un elegante traspié en su cita madrileña, en donde cuentan que el
sonido les impidió ejecutar un tercio del repertorio que tenían
preparado, es por esto que a nadie sorprendió demasiado que
prescindieran de proyecciones mientras la intro de su último trabajo
sonaba. Un discreto telón blanco caía al suelo para mostrar a
Petrucci y a Myung tomando las posiciones frontales, mientras en la
retaguardia sobresalían Ruddess y Mangini anclados sobre sus
espectaculares instrumentos. LaBrie saldría al poco de comenzar “The
Enemy Inside”, con su característica pose tosca y algún que otro
kilo más que la última vez que lo tuve delante.
La banda presentaba el primer corte
de su último trabajo y enseguida nos percatábamos de lo mal que
sonaba la pieza teniendo en cuenta a quienes teníamos sobre el
escenario. Nos tienen mal acostumbrados en lo que se refiere a
estándares sonoros y sería preciso otorgarles el beneficio de la
duda un par de cortes más todavía. Dejaríamos los certeros
preludios en cualquier caso, para zambullirnos en la primera
exhibición de largo desarrollo que la noche nos ofrecería, “The
Shattered Fortess” sería interpretada para tal fin. Meritorio
recuerdo que iba sumando facetas a la velada, desde el innegable tono
heavy que se había escogido para arrancar.
Una vez estuvimos situados en pleno
centro del recinto, constatamos como aún quedaban demasiados
resquicios sin llenar, el sonido aun rebotaba contra ellos y no
permitía distinguir los nimios detalles que engrandecen los cortes
del conjunto. “OnThe Back of Angels” de todos modos, sería visto
como el primer punto de inflexión hacía lo que habíamos venido
buscando, con su acertada puesta en escena alternando imágenes de
video clip con las del propio escenario, ejemplificaría la
inequívoca mejora que acabaría por convencer al Anaitasuna.
Mi colega Pedro Hermosilla mentaba
en voz alta a Rush al tiempo que “The Looking Glass” enseñaba la
mejor faceta de los americanos, la deudora de gigantes setenteros,
rellenando con momentos dulzones e instrumentación portentosa los
momentos en los que las voces desaparecían. La mejora en cómo
estaba sonando la orquesta resultaba evidente, habían pasado los
peores momentos y ahora todo iría prácticamente rodado. La euforia
iría apoderándose del viejo pabellón, el éter de todos modos
tendría que personarse para impregnar el aroma sinfónico que
DreamTheater gustan de ejecutar, “Trail of Tears” les serviría
para tal fin, recordando de paso un álbum en el que era posible caer
en el infinito mientras se reverenciaba a Edgar Allan Poe. El corte
escogido cruzó de costa a costa, emocionando con un enorme Labrie y
un Jordan Ruddess que se hacía dueño y señor hasta que Petrucci
decidía que había llegado el turno para lucirse. Sin duda el tramo
crucial y el primero que explicaba el por qué esta banda ha sido
capaz de vender más de diez millones de copias a lo largo de su
dilatada historia.
Se rompería el punto meloso con
Mike Mangini desatado y “Enigma Machine” dispuesto para que el
impresionante batera se cascara un solo breve, pero lo
suficientemente excelso como para constatar que en el apartado
musical nada tiene que envidiar a Portnoy. Otra cosa muy diferente se
podría afirmar respecto a su papel como miembro de pleno derecho del
conjunto, por ningún parche de su batería se sentía el carisma que
siempre ostentó su antecesor, demostrado quedaba como su punto
chulesco dotaba de personalidad a una banda que ahora resulta
demasiado comedida en lo que al espectáculo se refiere..
La rotundidad
desembocaría en tiempos ligeros una vez más, los que inundaban los
surcos de “Along for the Ride” siendo recibidos con calmado
jolgorio. Recatados andaban los ánimos, que no se propulsarían
hasta un buen rato después a pesar del galáctico solo que Petrucci
haría fluir durante “Breaking all Illusions”.
Llegábamos al
primer descanso de la noche, el aniversario del Awake
nos aguardaba tras la pausa, dejándonos la oportunidad para comer un
bocata de la barra y reposar todo lo que hasta ese momento habíamos
digerido. Novedosa fue la inclusión de un reloj que señalaba los
minutos que restaban para que el grupo saliese a escena, así como
los videos de imitadores de youtube que las pantallas proyectaban en
cadena. Se nos hizo amena la espera y sirvió para que cogiésemos
con ilusión todo lo que se nos avecinaba.
“The Mirror”
nos saludaba mientras el sonido se tornaba grueso y desafiante, los
metálicos ribetes con que cuenta parecían empastar con un
Anaitasuna que cada vez lucía más lleno. Jordan Ruddess se
agenciaba la batuta, tomando el centro del escenario con un
estrafalario teclado torcido al hombro, mientras las calvas que
antes se apreciaban sobre las gradas iban completándose, y el frio
que noshabía recibido iba esfumándose por donde había venido. Al
ritmo de “Lies” nos desmelenábamos sin tratar de comparar lo que
los altavoces escupían, con lo que un día la banda dejara grabado.
Es en esta fase de la velada donde peor lo iba a pasar Labrie,
tratando de alcanzar en ocasiones los tonos que hace quince años
firmaba. Demostró una vez más que es el rival másdébil dentro de
una formación inexpugnable, el eslabón más endeble dado que su
instrumento tiene que batallar contra todos y cada uno de los años
que trascurren. No fue su peor noche hay que señalar de todos
modos, se defendió con oficio, comenzando solido en los cortes
recientes , raspado en la fase del Awake
y por momentos brillante cuando tocaba zanjar.
Los vientos
volvían a soplar tregua con “Lifting Shadows of a Dream”
envolviéndonos en su ritmo hipnótico. Nos sumergíamos en las
sombras que sugieren los sueños que contaban, con melodías
aterciopeladas y emotividad propia de clásico inevitable. Muy
distinto se nos mostraba el recuerdo a los caracoleos que encierra
"Scarred”, nuevo giro hacia el lado más progresivo de la
formación con un Labrie que atravesaba su particular vía crucis.
Llegaría vivo para aparcar el Awake
a lomos de “Space Dye Vest”, uno de los mayores logros que Kevin
Moore dejara clavado en la discografía del conjunto. Jordan Ruddess
le suplió impecablemente, con todo el feeling que en ocasiones
olvidamos que ostenta. Lástima que se le introdujo al tema una
visión un poco más funcional, menos intimista y sombría, pero en
consonancia con lo que la banda en conjunto simboliza. Yo la hubiese
preferido tal y como la recordaba, pero todo no puede ser.
La segunda parte
concluiría con el último corte que DreamTheater ha plasmado hasta
la fecha en álbum alguno, “Illumination Theory” seria de esta
manera el épico final dispuesto para nuestro disfrute. Con un
despliegue instrumental máximo, absolutamente mayestático y con su
preciosa parte central adornada por bucólicas imágenes y sonidos
orquestales similares a los de una banda sonora clásica.
El segundo
descanso que se planteó después de los excelsos veinte minutos
descritos, se hace corto, casi no da ni para ir a tomar media birra
en las barras del Anaitasuna, otro aniversario de lujo esperaba para
ser celebrado como es debido. El Scenes
from a Memory reclamaba su turno y
lo hacía con la “Overture1928”que lo iniciaba, con idéntica
sensación de algo grande fraguándose. En este determinado punto
nos decidimos a tomar posiciones más cercanas al escenario y
dejábamos de prestar atención a los dedos culebreantes de nuestros
protagonistas. Los miembros de la banda continuarían permitiéndonos
amparar la metáfora del pulpo sobre sus instrumentos, con sus dedos
moviéndose en diabólica cadencia y nosotros tratando de
acompañarles en el viaje.
Con “Strange
Deja Vu”, “Dance of Eternity” y “Finally Free” para poner
punto y final, nos quedaban multitud de imágenes que merecían un
renglón en el que ser contadas, la impresión general de todos modos
era la de una banda que disfrutaba los segundos de gloria que sus
grandes piezas les regalaban. Con el público ondeando sus brazos de
un lado a otro en “Finally Free” o bailando alocadamente mientras
el “Dance of Eternity" tenía lugar, la euforia había llegado
hasta el Anaitasuna y pocos serían los que no hubiesen terminado por
escuchar el Scenes en su totalidad, si la banda se lo hubiese
permitido. No sería así, se despedirían educadamente ante un buen
puñado de sonrisas, menos de las que unos dias antes nos hubiésemos
imaginado, pero bastantes más de las que presagiábamos al comenzar
el recital.
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