Mucho respeto
merecen los que atravesaron las épocas de vacas flacas, sin bajarse
del burro metálico sobre el que siempre han andado apoyados. Me
refiero a los veteranos que conocieron el éxito que los ochenta
otorgaron a todo lo que olía a Metal clásico y continuaron su
andadura hasta el nuevo siglo, luchando a menudo contra la
indiferencia que trajeron ciertas modas, tocando en salas de aforo
reducido y manteniéndose sin soltar el cuchillo de entre los
dientes. Udo Dirkschneider es un ejemplo que encajaría bastante bien
con la elevada casta de músicos a la que nos estamos refiriendo,
aunque también podríamos mentar en similares términos a Matt
Sinner o a Ralf Scheepers, otro par de fajadores curtidos en mil y un
desengaños.
Principalmente
por todo esto alegraba llegar hasta la Santana y encontrarse un
ambiente de gala, propio de citas que se recuerdan años después
mientras ojeas el taco de las entradas, con cantidad de gente
apurando el cigarro antes de que Bullet comenzasen. Habían tocado ya
Messenger
por desgracia, aunque un par de profesionales nos asegurarían que
nuestra perdida no habría sido como para lamentarse en exceso.
Parece ser que estos alemanes de irrisorio nombre no habían sido
capaces de colocar el listón demasiado alto, para los suecos que
arrancaban a continuación.
Lo harían sin
prolegómenos de por medio, sonando simples y pretendidamente
emotivos, desplegando una pegada que poco se esperaban los que habían
aparecido sin los deberes hechos de casa. Su puesta en escena
recordaba sin remisión a la de los primerisimos Accept, aquellos que
iban canturreando por medio mundo lo de “I´m a Rebel”, aunque
enchufados con parte de la magia australiana que destilan gente como
Airbourne. Poderío rítmico supremo era el que demostraban Bullet,
repartiendo trallazos breves y concisos como “MIdnight Oil” o
“Turn it up Loud”, haciéndonos doblar el esqueleto bastante
antes de lo que habíamos augurado.
Tras el
mencionado inicio a cara de perro, se marcarían un tempranero
interludio que remataron con una nueva vuelta triunfal al poco de
haberse marchado. Daba la sensación de que pretendían despegar el
concierto con cada pieza que se marcaban, como si la intensidad fuese
la razón última de su existencia, mostrándose rocosos y ajenos a
todo lo que escapase del dos por cuatro, con un cantante carismático
de cojones y un par de guitarras que sabían como plantarse delante
de las cámaras de fotos.
Meterían la
quinta marcha en "Dusk Till Dawn", al tiempo que el voceras
pronosticaba una fiesta hasta la madrugada y la banda continuaba
impactando con vehemencia. Al poco que su rotundidad no conseguía
noquearnos sin embargo, apreciábamos las enormes carencias como
músicos que pesan sobre Bullet, contando con unos interpretes que
saben como ejecutar certeramente lo que tienen planeado, pero que en
cuanto carecen del respaldo que les proporciona el colectivo , se les
ve cojos y faltos de brillo.
Buen regusto
dejarían de todos modos estos heavies de John Smith perenne cuando
zanjaban su comparecencia con “Bite the Bullet”. Clavaron sobre
la sala su himno personal, afilando guitarras y mostrando el nombre
del corte escrito en las retaguardias de los instrumentos. Fue una
manera de despedirse un poco Spinal Tap, pero absolutamente
justificada dentro de lo que habíamos contemplado.
La espera
quedaría en cosa de unos pocos minutos, los justos y necesarios como
para agrandar un poco el escenario y otorgar galones a Primal
Fear. No recibirían de todos modos las
mismas consideraciones que más tarde se le entregarían a Udo
Dirkschneider, los de Scheppers oficiarían de hermanos pequeños
con derecho a piruleta, pero sin las ventajas de jugar con los
mayores. Saldrían en cualquier caso como estrellas para los que allí
nos encontrábamos, con Ralf luciendo fachas de portero de discoteca
mientras atronaba el “Final Embrace” a todo trapo.
El musculoso
cantante dejaría aparcado el impermeable una vez hubo entrado en
calor y dibujaría su famosa estampa, remarcando la temperatura con
un par de cortes sucesivos. “Alive and On Fire” por un lado para
presentar su nuevo trabajo y “Nuclear Fire” a continuación
repescando los mejores años de la formación hasta nuestros días.
El fuego nuclear se personaba sobre la Santana, dando inicio a la
metódica exhibición de ingeniería metálica alemana.
Mientras los
focos perseguían al cantante en estos instantes de la actuación, en
la otra esquina del cuadrilátero, lejos del centro pero aun siendo
el líder en la sombra, Matt Sinner sonreía y se acercaba al micro
todo lo que le permitía el guion. La demostración de Metalazo sin
adulterar estaba siendo sobresaliente a pesar de que el sonido estaba
por mejorar, faltaba nitidez y sobraban efectos vocales pero la
experiencia iba quedando creíble.
Hacía bastantes
años que no tenía a la banda delante y me sorprendió lo bien que
conservan el filo que antaño desplegaban, continuando con su
política de no inventar absolutamente nada en el proceso, pero con
la solvencia que denotan los casi veinte años que atesoran, actuando
con una soltura que brilla especialmente sobre los que peinan canas.
De esta manera encendían el recinto, para introducirlo en noche
cerrada un instante después, apoyados sobre la épica de “One
Night In December”, con la que conseguirían uno de los momentos
más redondos de la velada.
Proseguirían
remitiéndonos a su lado más lineal, el que suele ser comparado con
los Judas por motivos evidentes, para cascarse un “Unbreakable Pt2”
que me supo a poco después de lo acontecido. La onda se mantendría
con “When Death Comes Knocking” la cual propiciaría el cabeceo
popular e indiscriminado, nos acordaríamos del Mark I de Gamma Ray
gracias a lo sinuoso y reptante de la pieza en cuestión. Meteríamos
el turbo con el fulgurante inicio de “Chainbreaker”, observando
como el corte se ha convertido en todo un himno con los años, pero
lamentándonos de que Ralf ya no pueda cantarlo como lo hacía el
pasado siglo, sin apoyarse cada dos por tres en los capotes del
público.
Dejábamos de
recordar nuestra adolescencia para que nos mentasen aquello tan
manido de que, las mejores baladas, siempre fueron las heavies, así
de melosa sería la presentación de “Fighting the Darkness”
aunque la interpretación sería digna y efectiva. Regresaríamos al
desmelene con “Bad Guys Wear Black”, convertida en piedra angular
del repertorio inexplicablemente y obviando a muchos otros trallazos
de la discografía alemana que hubiesen merecido ser interpretados.
Sirvió en cualquier caso para presentar a los componentes y dejar
que la peña se rompiese las manos dando palmas. Restaría “Metal
Forever” tan solo para concluir con el trámite metálico, un corte
en el que Ralf volvería a abusar del reverb para llenar los huecos
que van quedando por el camino, de la misma manera artificial en la
que está grabado y tan cortante como se lo permitieron sus pulmones.
Bastante antes de
lo que nos imaginábamos echaron la persiana, interpretando unos
cuantos temas menos de los que han estado metiendo en su reciente
gira alemana y afirmando que no serían nada sin nosotros, el
público. Quedarían triunfales en la retina de todos modos,
imperfectos si nos ponemos puntillosos, pero ganadores de una pelea
en la que difícilmente podían haber sido derrotados.
El intermedio
entre telonero y cabeza de cartel se alargaría un poco más de lo
preciso en esta ocasión, dándonos tiempo a tomar un trago entero,
ir al baño y pasar un buen rato de charleta con los amigos.
Llegaríamos al foso justo cuando las luces se estaban apagando y Udo
surgiendo ante nosotros con la misma planta que lleva mostrando
durante sus casi cuarenta años de carrera. Resoplando, andando a
pasitos y con su inimitable estampa de veterano resabiado.
Los momentos
iniciales se los apuntaría su nuevo “Steelhammer”, con “King
of Mean” haciendo la transición hasta el primer clásico del
recital, un “Future Land” que sonaba a gloria melódica.
Otorgando importancia a uno de los albums más queridos del alemán y
mostrando lo bien que han envejecido algunas composiciones. Similares
estructuras eran usadas en “A Cry of a Nation”, donde ya
comenzábamos a alucinar con las piruetas que se marcaba la pareja de
guitarras con que cuenta la formación. Los dos nuevos integrantes,
Andrey Smirnov por un lado y Kasperi Heikkinen por el otro, acabarían
siendo la gran sorpresa de la velada, ambos mostrando un poderío
técnico impecable y definitivo.
Continuando con la curva ascendente,
“Heart of Gold” y “They Want War” nos dejarían relamernos
con otro par de cortes históricos para el señor Dirkschneider,
el primero divertidísimo a pesar de que en alguna parte cantase
demasiado lo que iba disparando, y el otro con el público supliendo
a los niños que coreaban en la original. No había duda de que
queríamos guerra y “Never Cross My Way” comenzaría a
instaurarla, metiéndole calor a una noche bilbaína que estaba a
punto ponerse a cantar en el idioma de Cervantes.
Al grito
reivindicativo de “Basta Ya”, Udo trataba de canturrear en
español macarrónico, con letras sencillas e ideas solidarias
inundando la Santana 27. Mucho más acertada sonaría sin embargo “In
The Darkness”, semejante a cualquier historia contada por un
utópico abuelo militar, plena de emotividad crepuscular y
arrebatadoras cadencias marciales. Cambiando el punto de vista a
continuación, me veía a mí mismo hace muchos años ya, disfrutando
de “No Limits” en los tiempos en los que la sala Jam de Bergara
era nuestro templo de peregrinación favorito. Así me trascurrió el
corte que daba nombre al álbum del 98, con la nostalgia propia de
quien grapa canciones con vivencias.
Parecido
resultado provocaría “Mean Machine”, de manera mucho más
rotunda y dejando que las melenas se pusiesen a seguir el ritmo. Nos
pararían en seco sin embargo, metiendo los solos de guitarra en
medio del tema para cortar el rollo por lo sano, aunque finalmente
acabaríamos con cara de merluzos ante la exhibición de la pareja de
hachas. Se me haría demasiado largo y hubiese preferido que me lo
cascasen durante “Metal Machine”, habría que responder si
alguien tuviese la ocurrencia de preguntarnos.
“Go Back to Hell” va enfilando
la parte noble de la velada, raspando un poco menos de lo que hubiese
deseado pero colocando al Animal House donde se merece.
Lo más granado estaba por caer y solo nos restaba “Time Bomb”,
antes de que todo explotase. Con una pequeña pausa de por medio,
pero volviendo al poco para interpretar la inolvidable melodía de
“Metal Heart”, Udo comenzaba a redactar el final de la fiesta.
Asentíamos entonces ante la
simpleza de una tonadilla escuchada mil veces, un solo central en el
que siempre se debe tararear la melodía de Beethoven y un estribillo
que levanta puños allí donde es entonado. Nunca puede fallar de la
misma forma que “Balls to the Wall”, no puede resultar más
rotundo por mucho que se lo proponga. Su cadencia ha fascinado a
millones de heavilatas durante las últimas tres décadas y en la
Santana 27 no estaba prevista ninguna excepción. Convenció a los
presentes y les dejo listos para el último corte dispuesto, sin
demasiada pompa y con la banda sabiéndose ganadora.
“Fast As A Shark” arrancaba
entonces con la mentirosa introducción infantil que la precede,
arañándonos los tímpanos gracias al famoso grito que sale del
fondo de la garganta del pequeño alemán. Sin trampas ni cartón, de
la misma forma que había llevado a cabo en casi todo el recital, Udo
interpretó el tema más famoso de Accept para deleite de los allí
presentes. Historia viva de nuestro rollo en forma de canción
atemporal y asesina, tan veloz como el tiburón al que se refiere y
con todas las pelotas que el auténtico Metal necesita para
funcionar. Inmejorable manera de poner punto y aparte, sin dejar que
nadie rechiste y mandándonos para casa con la sonrisa grabada en
nuestras jetas.
Crónica y Fotos por Unai Endemaño.
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