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viernes, 14 de febrero de 2014

Crónica: Tarja-Santana 27 Bilbao


Sin nada que perder es como debiéramos personarnos frente a bandas que normalmente nos han resultado indiferentes, con la pizarra en blanco y dispuesta para anotar las ideas decentes que aparezcan. Comienzo aclarando esto porque me gusta ser honesto con lo que escribo ya que, de la misma manera que colecciono discografías, giras y recuerdos de prácticamente todos los artistas a los que acudo a ver, en ocasiones se cruzan giras que uno nunca se imaginó que acabaría viendo. Es dentro de esta categoría donde inscribía los recitales de Tarja Turunen hasta hace muy poco.
Pasando del principio razonado al final absoluto, en un solo salto, tengo que afirmar que repetiría la experiencia una vez quedó el concierto ventilado. No me lo pasé mal en líneas generales y las capacidades como artista que la prota tiene para ofrecer, son suficientes como para otorgarla un par de horas de mi tiempo en lo sucesivo. En renglón aparte y sin necesidad de tomar mis opiniones como las de alguien dispuesto a vanagloriar a la diva, comentare mi propia vivencia a modo de crónica respetuosa.
Sin citar de esta manera el inicio de ningún cuento, la cosa empezaba para nosotros mientras llegábamos a la Santana 27, comprobando de primeras como la gente no había acudido en masa y tomando posiciones acto seguido, para presenciar la actuación de los teloneros, Sorronia. Enfilábamos hacia el foso con la sana intención de retratar a los húngaros, y ya desde allí nos percatábamos de algunas de las carencias más evidentes del espectáculo. El Metal sinfonico de baja graduación que la banda ofrecía, no daría para demasiadas alegrías.
Sonaban solemnes en las formas, pero tristemente inofensivos en cada suspiro que trasmitían, resultaron sosos en lo que a la puesta de escena se refiere y con unas propuestas musicales tan manidas como vulgares. Sus esquemas parecían inspirados por los momentos menos beligerantes de Within Temptation, con los clásicos aires folkies que se llevan hoy en día y sin una cantante que soportase dignamente todos los focos que sobre sus hombros acabarían recayendo.
El sonido era limpio aunque sin la pegada necesaria y el espectáculo se hacía pesado mientras esperábamos a que los teloneros dejasen paso a la estrella de la noche. Serían coherentes en cualquier caso con lo que se había venido a ver, pero sin una sola excusa que les permitiese sobresalir sobre el porrón de bandas con fémina cantarina al frente, que llevan saturando la escena en los últimos años.
Tras unos instantes en los que la organización nos deja con los Sabbath haciendo de hilo musical, la banda que acompaña a Tarja comienza a encaramarse sobre las tablas ordenadamente, un poco más tarde de lo que tocaba, y dejando el centro para que lo llene la diva finlandesa. Aparece decidida entre un mar de gritos histéricos, ratificando la ilusión que sabíamos que existía entre la parroquia. A pesar de que la sala alcanzase las tres cuartas partes a duras penas, los agudos que nos serían infringidos en esos primeros momentos serían los más estridentes que recordábamos desde hacía tiempo. Cuando la voz de la soprano fue por fin la única que sobresalía de entre la maraña de alaridos, la cosa tomaría un marchamo de calidad muy diferente respecto al rancio preludio que hasta ahora hemos relatado.
In For A Kill” sería el primero de los quince cortes que nos depararía la actuación, con el single “500 Letters” esperando detrás para mostrar la importancia del último trabajo y “Damned and Divine” como piedra de toque con la que retrotraernos hasta el disco clave de la espigada vocalista. La tormenta invernal se materializaría en el corte homónimo, poniendo a más de una disparando gorgoritos, mientras se afanaba por emular lo que desde el escenario surgía. Tarja por su parte cuajaba el momento más redondo de la actuación, se detenía para dedicarnos la pieza con impecable educación y proseguía clavando cada nota que pasaba por su garganta. Sus dotes vocales no han perdido un ápice desde la última vez, como tampoco desde la primera ocasión en la que pudimos contemplarla, hace unos catorce años teloneando a Rage, si mal no recuerdo.
Comparando aquellos tiempos pretéritos sin embargo, me percato de que hoy en día su poderío vocal encuentra pocas dificultades dentro de lo que interpreta, las piezas con las que su garganta juguetea no le presentan los retos de antaño. Eso se me viene a la cabeza mientras bailoteo relajadamente con “Never Enough”, otro corte de estribillo poligonero que nos seduciría a base de cadencias pop. Lo inmaculado de la interpretación, sumado al hecho de que la jefa en ningún renglón tiene la mala idea de excederse sobre lo que está escrito, hacen que todos vayamos a salir con una idea semejante respecto a lo que habíamos traído de casa.
Los músicos se quedan solos un instante después para ejecutar una jam y dejar tiempo para que Tarja se cambie de atuendo. En este tramo nos entretendríamos con el inevitable solo de Terrana, que para nuestra desgracia sería bastante menos espectacular que los que se solía cascar hace no tanto. Volvería la divina con “Until Silence” bajo el brazo, antes de que nos diese por pestañear, sin permitir que el ritmo se detuviese en ningún instante.
El ambiente era extremadamente relajado, como de peli de miedo apta para menores de trece años se podría llegar a afirmar, la clase de recital que puede resultar demasiado empalagoso si no se tienen las espaldas bien acostumbradas al Metal sinfónico indiscriminado. A esto no ayudaba el que las guitarras apenas se distinguiesen en la mezcla, los cortes solo parecían empujados por la batería de Terrana y el teclado que estaba alojado en la parte trasera del escenario. De esta guisa nos tragábamos “Die Alive” y “Neverlight”, dejando que “Medusa” despidiese la parte central de la actuación bastante antes de lo que habíamos intuido.
Volvería al poco la banda, con su vocalista enfundada esta vez en una icónica capa de caperucita tenebrosa. Así desenfundaría “Victim of Ritual”, apoyada sobre la erre más palatal posible y sumergida por su bombástico desarrollo. Nos quedaría “Whish I had an Angel” a modo de guinda envenenada antes de alcanzar el clímax final. Echaríamos en falta al señor Hietala dando la réplica pertinente, pero en cualquier caso el corte animaría hasta el último rincón del recinto. Restaría un último suspiro literalmente, uno bien gordo de casi cinco minutos que dejaría rendida a la legión de fans de la diva finlandesa.
Tomamos aire para volver hasta donde esta crónica se iniciaba, zanjando que presenciamos una buena actuación a pesar de todo lo comentado, impecable para todos los seguidores que allí se encontraban. Una verbena impoluta para los acérrimos de las cantantes por encima de la media y de las tonadillas asequibles por definición. Mereció la pena acercarse para echar la tarde en medio de la tormenta de melodías color rosa, cabe resumir.























































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