Sin nada que perder es como
debiéramos personarnos frente a bandas que normalmente nos han
resultado indiferentes, con la pizarra en blanco y dispuesta para
anotar las ideas decentes que aparezcan. Comienzo aclarando esto
porque me gusta ser honesto con lo que escribo ya que, de la misma
manera que colecciono discografías, giras y recuerdos de
prácticamente todos los artistas a los que acudo a ver, en ocasiones
se cruzan giras que uno nunca se imaginó que acabaría viendo. Es
dentro de esta categoría donde inscribía los recitales de Tarja
Turunen hasta hace muy poco.
Pasando del principio razonado al
final absoluto, en un solo salto, tengo que afirmar que repetiría la
experiencia una vez quedó el concierto ventilado. No me lo pasé mal
en líneas generales y las capacidades como artista que la prota
tiene para ofrecer, son suficientes como para otorgarla un par de
horas de mi tiempo en lo sucesivo. En renglón aparte y sin necesidad
de tomar mis opiniones como las de alguien dispuesto a vanagloriar a
la diva, comentare mi propia vivencia a modo de crónica respetuosa.
Sin citar de esta manera el inicio
de ningún cuento, la cosa empezaba para nosotros mientras llegábamos
a la Santana 27, comprobando de primeras como la gente no había
acudido en masa y tomando posiciones acto seguido, para presenciar la
actuación de los teloneros, Sorronia. Enfilábamos
hacia el foso con la sana intención de retratar a los húngaros, y
ya desde allí nos percatábamos de algunas de las carencias más
evidentes del espectáculo. El Metal sinfonico de baja graduación
que la banda ofrecía, no daría para demasiadas alegrías.
Sonaban solemnes
en las formas, pero tristemente inofensivos en cada suspiro que
trasmitían, resultaron sosos en lo que a la puesta de escena se
refiere y con unas propuestas musicales tan manidas como vulgares.
Sus esquemas parecían inspirados por los momentos menos beligerantes
de Within Temptation, con los clásicos aires folkies que se llevan
hoy en día y sin una cantante que soportase dignamente todos los
focos que sobre sus hombros acabarían recayendo.
El sonido era
limpio aunque sin la pegada necesaria y el espectáculo se hacía
pesado mientras esperábamos a que los teloneros dejasen paso a la
estrella de la noche. Serían coherentes en cualquier caso con lo que
se había venido a ver, pero sin una sola excusa que les permitiese
sobresalir sobre el porrón de bandas con fémina cantarina al
frente, que llevan saturando la escena en los últimos años.
Tras
unos instantes en los que la organización nos deja con los Sabbath
haciendo de hilo musical, la banda que acompaña a Tarja
comienza a encaramarse sobre las tablas ordenadamente, un poco más
tarde de lo que tocaba, y dejando el centro para que lo llene la diva
finlandesa. Aparece decidida entre un mar de gritos histéricos,
ratificando la ilusión que sabíamos que existía entre la
parroquia. A pesar de que la sala alcanzase las tres cuartas partes
a duras penas, los agudos que nos serían infringidos en esos
primeros momentos serían los más estridentes que recordábamos
desde hacía tiempo. Cuando la voz de la soprano fue por fin la única
que sobresalía de entre la maraña de alaridos, la cosa tomaría un
marchamo de calidad muy diferente respecto al rancio preludio que
hasta ahora hemos relatado.
“In For A Kill”
sería el primero de los quince cortes que nos depararía la
actuación, con el single “500 Letters” esperando detrás para
mostrar la importancia del último trabajo y “Damned and Divine”
como piedra de toque con la que retrotraernos hasta el disco clave de
la espigada vocalista. La tormenta invernal se materializaría en el
corte homónimo, poniendo a más de una disparando gorgoritos,
mientras se afanaba por emular lo que desde el escenario surgía.
Tarja por su parte cuajaba el momento más redondo de la actuación,
se detenía para dedicarnos la pieza con impecable educación y
proseguía clavando cada nota que pasaba por su garganta. Sus dotes
vocales no han perdido un ápice desde la última vez, como tampoco
desde la primera ocasión en la que pudimos contemplarla, hace unos
catorce años teloneando a Rage, si mal no recuerdo.
Comparando
aquellos tiempos pretéritos sin embargo, me percato de que hoy en
día su poderío vocal encuentra pocas dificultades dentro de lo que
interpreta, las piezas con las que su garganta juguetea no le
presentan los retos de antaño. Eso se me viene a la cabeza mientras
bailoteo relajadamente con “Never Enough”, otro corte de
estribillo poligonero que nos seduciría a base de cadencias pop. Lo
inmaculado de la interpretación, sumado al hecho de que la jefa en
ningún renglón tiene la mala idea de excederse sobre lo que está
escrito, hacen que todos vayamos a salir con una idea semejante
respecto a lo que habíamos traído de casa.
Los músicos se
quedan solos un instante después para ejecutar una jam y dejar
tiempo para que Tarja se cambie de atuendo. En este tramo nos
entretendríamos con el inevitable solo de Terrana, que para nuestra
desgracia sería bastante menos espectacular que los que se solía
cascar hace no tanto. Volvería la divina con “Until Silence”
bajo el brazo, antes de que nos diese por pestañear, sin permitir
que el ritmo se detuviese en ningún instante.
El ambiente era
extremadamente relajado, como de peli de miedo apta para menores de
trece años se podría llegar a afirmar, la clase de recital que
puede resultar demasiado empalagoso si no se tienen las espaldas bien
acostumbradas al Metal sinfónico indiscriminado. A esto no ayudaba
el que las guitarras apenas se distinguiesen en la mezcla, los cortes
solo parecían empujados por la batería de Terrana y el teclado que
estaba alojado en la parte trasera del escenario. De esta guisa nos
tragábamos “Die Alive” y “Neverlight”, dejando que “Medusa”
despidiese la parte central de la actuación bastante antes de lo que
habíamos intuido.
Volvería al poco
la banda, con su vocalista enfundada esta vez en una icónica capa de
caperucita tenebrosa. Así desenfundaría “Victim of Ritual”,
apoyada sobre la erre más palatal posible y sumergida por su
bombástico desarrollo. Nos quedaría “Whish I had an Angel” a
modo de guinda envenenada antes de alcanzar el clímax final.
Echaríamos en falta al señor Hietala dando la réplica pertinente,
pero en cualquier caso el corte animaría hasta el último rincón
del recinto. Restaría un último suspiro literalmente, uno bien
gordo de casi cinco minutos que dejaría rendida a la legión de fans
de la diva finlandesa.
Tomamos aire para
volver hasta donde esta crónica se iniciaba, zanjando que
presenciamos una buena actuación a pesar de todo lo comentado,
impecable para todos los seguidores que allí se encontraban. Una
verbena impoluta para los acérrimos de las cantantes por encima de
la media y de las tonadillas asequibles por definición. Mereció la
pena acercarse para echar la tarde en medio de la tormenta de
melodías color rosa, cabe resumir.
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