Con el revuelo
de las grandes citas llegaban Vixen hasta Bilbao. Lo hacían por
primera vez en su historia y después de la polémica sembrada, a
cuenta del baile de precios que se ha venido produciendo alrededor de
las entradas. No sería en cualquier caso, un asunto que fuese a
empañar la descarga que tenían concertada las americanas. Lo suyo
acabaría funcionando gracias al oficio que manejan las creadoras del
Rev It Up, ante menos gente de la que hubiésemos imaginado en
principio, pero sin apenas motivos como para pedir el libro de
reclamaciones.
Con el corte que daba nombre al
trabajo mencionado, el Rev It Up del noventa, pudimos presentarnos
ante Janet Gardner y compañía después de tantos años. Se nos
mostrarían comedidas en el arranque, adoptando posturas de videoclip
y devolviendo con sonrisas las buenas sensaciones que recibían desde
el otro lado de la barrera. Tardarían un corte tan solo, en esgrimir
uno de sus cortes más emblemáticos, un “How Much Love” en el
que el sonido me resultó excesivamente bajo.
El público iría calentándose de
buenas a primeras, ya que sin haber tenido a unos teloneros para
caldear la Santana, los primeros momentos resultarían un poquito
forzados, como si hubiesen pretendido meternos alguno de los clásicos
con calzador. Este irregular comienzo no haría más que compensarse
a medida que fuese trascurriendo la noche. Sin prisa pero sin pausa,
las Vixen se irían haciendo con el recinto, de forma similar a como
a buen seguro acostumbraban a hacer veinte años atrás.
Imaginábamos entonces, al tiempo
que disfrutábamos con pelotazos como “Cruisin” o “Bad
Reputation”, la cantidad de trabas que sortearían estas mujeres en
su día, para llegar a ser valoradas en un mundo tan machista como el
del Hard ochentero americano. Teniéndolas delante y viendo la
entereza con la que defendían sus temas en pleno 2014, era sencillo
imaginar cómo pudieron conseguirlo hace un par de décadas. Cierto
es que por aquel entonces también contaban con la inestimable
presencia de Jan Kuehnemund liderando la nave, un puesto que hoy lo
llena lo mejor que sabe la aguerrida Gina Stille.
Ella sería la gran incógnita que
sobrevolaría la actuación de las de Minnesota, aunque enseguida
dejaría claro que su destreza con las seis cuerdas, podría
rivalizar con la de cualquier hacha del gremio. Su toque se reveló
netamente metalico y explosivo, aportando feeling donde se requería
y chicha cuando hacía falta. No desentonaría tampoco cuando
llegasen himnos mayores como “Cryin” o “I Want You to Rock Me”,
poniendo un punto de intensidad extra a sus compañeras de sarao.
En un suspiro terminaríamos con la
primera parte de la actuación, señal inequívoca de que no lo
estábamos pasando mal y de lo fácil que entraban los cortes
amigables de las Vixen. Destacaríamos hasta ese punto los ritmos
vivos de “Streets in Paradise”, sin que Janet hubiese llegado a
clavar todos los pasos que la tocaban cantar, aunque mantuviese un
nivel aceptable en líneas generales. La garganta por desgracia,
suele ser el punto débil en las formaciones veteranas.
Es por esto precisamente, por lo que
prepararon un descanso para su vocalista justo en medio del
concierto. Unos minutos que serían presentados con fragmentos de
temas legendarios-entre los que se incluiría, para nuestra sorpresa,
el maravilloso “Up All Night” de Slaughter, - para terminar
interpretando el “Rockin in a Free World” de Neil Young, por boca
de la bajista, Sharon. Sería un interesante receso, entretenido y
fenomenal para descubrir las poderosas aptitudes vocales con que
cuenta la encargada de las cuatro cuerdas en Vixen.
Regresaría Janet apuntando al
cielo, acordonándose de la malograda Jan y afirmando aquello de que
el amor es un asesino. Sería el momento en el que explicase que
estaban allí como tributo a su compañera desaparecida, sin la que
la propia banda, no hubiese existido jamás de los jamases.
Enlazarían el momento tierno con su único recuerdo hacía el
Tangerine que grabaran en los noventa. Sería “Never Say Never la
escogida.
La última parte correría veloz y
sonando bastante mejor de lo que había comenzado la jarana. Sería
el momento para los ecos Zeppelinescos que descansaban sobre “Hell
Raisers”, para pasar acto seguido sobre otro de los sencillos que
barrían en los tiempos de las melenas voluminosas. “Love Made Me”
se convertía de esta manera, en uno de los últimos obsequios que
nos llevaríamos para casa una vez que las luces nos invitasen a
partir. Antes habría tiempo para un brevísimo solo de batería de
Petrucci, absolutamente eludible en lo musical, aunque interesante
para que Roxy luciese galones.
Concluirían definitivamente la
comparecencia oficial con "Wrecking Ball”, dejando para el
final uno de sus números más inspirados en lo que a practicar Hard
ochentero se refiere. Volverían al de un par de minutos con su mega
Hit “Edge of Broken Heart”, el mismo que les compuso Richard Marx
y que les valió ser consideradas como “One Hit Wonder”, durante
buena parte de su trayectoria. Sonaría glorioso y emocionante, con
la banda metiéndonos en la perfecta película americana que habíamos
ido buscando. Desgraciadamente los títulos de crédito vendrían
cuando mejor se ponía la cosa, justo cuando habíamos encontrado lo
que esperábamos encontrar.
Crónica y fotos por Unai Endemaño.
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