Llegaban hasta Villava los Gamma Ray el primer sábado de Abril, con casi veinte años de distancia respecto a la primera vez que los tuve delante y en la misma provincia en la que oficiaron aquella noche. Stratovarius y Rage fueron los encargados del teloneo aquel día, consiguiendo reventar la vetusta sala Gares gracias al tirón que ostentaba el Power Metal europeo a mediados de los noventa. Una velada aquella, en la que muchos literalmente nos dimos de tortas para poder acceder y en la que la adolescencia primaba sobre cualquier otra condición que se plantease.
Con el cambio de siglo algunas cosas han cambiado radicalmente, habría que sentenciar a continuación. En lugar de la discoteca cutre de pueblo perdido, hoy en día hacemos uso de una sala moderna con excelente acústica, a pesar de que carezca de foso para poder tirar fotos sin atropellos. Tampoco somos ahora mayoría los jovenzuelos que nos empujamos para llegar hasta las primeras filas, más bien nos movemos casi todos sobre las treinta y tantas primaveras mal cumplidas. Lo que viene siendo similar son los llenazos que esta gente continua consiguiendo, con Rhapsody en esta ocasión como invitados de lujo y una exagerada entrada de treinta pavos de por medio, volverían los Gamma Ray a demostrar su capacidad para reventar salas por los cuatro costados.
De primeras no parecía que fuese a ser para tanto como os estoy contando, se apreciaba ambiente alrededor de la Totem, pero no el suficiente como para presagiar el gentío que finalmente nos íbamos a juntar. Haríamos una breve cola y cogeríamos sitio para contemplar a los Rhapsody of Fire, sin duda la banda más conocida que jamás haya existido dentro del metal transalpino de capa y espada. En estos primeros compases aun podríamos movernos con absoluta libertad entre los aficionados, tratando de plasmar en foto las tonadillas cinemáticas que los italianos iban a ir sembrando.
Comenzarían firmes, pero con la escasa pegada que atesora su material más reciente, sonando tan pomposos como en ellos es costumbre en cualquier caso. Desde el inicio nos batiríamos el cobre disparando contra las luces coloreadas que nos devolvía el escenario, colándonos entre los parpadeos para buscar la imagen destinada a perdurar. Sobre las tablas mientras tanto, Fabio Lione daría paso al primer recuerdo que podríamos saborear en forma de “Land Of The Inmortals”, momento este que sería satisfactoriamente recibido, por la vieja guardia que allí nos arrejuntábamos.
El protagonismo recaería como era de esperar, casi en exclusiva sobre el frontman de rizada cabellera, quien daría una interesante lección de tablas y aglutinaría a su antojo todos los focos del recinto. Ahora que Turilli no se encuentra con el conjunto, nadie parece hacer sombra a Lione, ni presentando los cortes, ni en lo que a poner poses de superhéroe se refiere. Siendo esto así, Fabio sería el encargado de introducir cada nueva pieza, utilizando su encanto de Pepito Piscinas transalpino y su español de Erasmus recién aterrizado. De esta forma es como daría paso a “Unholy Warcry”, provocando los primeros suspiros de la noche, al tiempo que se acordaba de mencionar al enorme Christopher Lee en el proceso.
Atravesarían una última vez sobre un corte de su último trabajo, para ir a partir de ese punto aumentando la intensidad de lo que se traían entre manos. Sabiamente colocarían para ello el “Holy Thunderforce”, mostrando de esta manera la mejor cara del conjunto, esa que tiende a plasmar climas propios de película épica ochentera. Ayudándose de multitud de pistas disparadas, pero sin que el conjunto global quedase demasiado desdibujado, reclamarían la jugosa porción de gloria que la noche les tenía reservada.
Así alcanzarían el “Lamento Heroico”, un momento rematadamente cursi en el que Fabio se luciría gracias a su garganta de tenor entrenado. El público sabría valorar el buen hacer exhibido, aplaudiendo ante la destreza que demostraba mantener el de Pisa, después de tantos años dándole zapatilla a sus cuerdas vocales. La inequívoca estampa cinemática que siempre trató de imprimir Luca Turilli a su ex conjunto, resaltaba desde todos los surcos que portaban sus himnos más conocidos.
Con uno de ellos se despedirían camino de camerinos, encomiándose a la gloria perpetua que siempre ha llevado adherida la pieza con la que se abría el Dawn of Victory. De esta manera rematarían sus mejores minutos sobre las tablas de la Totem, tan victoriosos y heroicos como las piezas que habían provocado la euforia, como verdaderos triunfadores de la pequeña batalla en la que se habían visto envueltos.
Regresarían con una tibia “Reign of Terror” sin embargo, que parecía dispuesta para restar brillo a lo que allí se había conseguido. Por fortuna repuntarían poco antes de decir agur, con el último aldabonazo que tenían guardado en la recamara. Sería “Emerald Sword” obviamente la escogida, la icónica pieza que marcó hace muchos años el cenit de popularidad para el conjunto. La presentaría Fabio, indicando a una de las jóvenes de la primera fila lo vetusta que era la pieza en comparación con ella, asegurándola que tal vez no había nacido aun, cuando el corte había sido gestado. De esta manera tan rancia dejarían paso a lo que tenía que llegar, fieles al efectivo guion in crescendo que se habían montado para brillar.
El receso no sería más que el justo para dejarnos pillar una pizca de aire en la calle y otra pizca de cerveza de barril fresquita. Para mucho más no nos iba a dar tiempo, ya que los huecos iban empequeñeciendo ante nuestros ojos y a nosotros nos volvía a tocar la parte central del ruedo, esa desde la que se baila entre empujones y la mitad de las fotos se tiran a mano alzada.
Kai Hansen aparecería tranquilo y sereno, sin apresurase a tomar un centro del escenario que le pertenecía desde antes incluso de llegar. Comenzaría dándole cancha al nuevo trabajo, perfectamente flanqueado por sus veteranos camaradas Dirk y Henjo, con “Avalon” a modo de presentación templada. Todos juntos meterían una marcha más con “Heaven can Wait”, la necesaria para que la sala se convirtiese en la fiesta Happy Metal que nos habíamos imaginado antes de aterrizar.
Una nueva salva proveniente del Empire of the Undead, llegaría hasta nosotros cuando andábamos con los ánimos enarbolados. “Hellbent” sería la escogida esta vez para que los ritmos no fuesen a detenerse en ningún instante. Certeramente iba a proclamar Kai a continuación, que por un rato su intención sería rendir tributo al particular pasado del conjunto. De esta manera se fraguaron acelerados momentos mientras nos deslizábamos sobre la pieza que abría el Insanity and Genius, dejando todas las espadas dispuestas para que el “I Want Out” señalase el primer cambio de tercio que viviríamos.
Tras la evidente explosión de júbilo que conllevaría el clasicazo de Hellowen, la curva de la intensidad comenzaría su descenso irremisiblemente, arrastrando nuestro jolgorio sin compasión alguna. “Pale Driver” iniciaba de esta manera la parte más puñetera del recital, continuando con la presentación del Empire, pero sin el brillo que hasta aquí nos había acompañado. La baladística “Time for Deliverance” reduciría un pelín más la marcha, sirviendo de soso preámbulo para el solo de batería con el que nos darían en toda la boca.
Acorralados como estábamos entonces, entre toda la peña que por allí deambulaba, sin posibilidad de llegar hasta las barras para bebernos el tedio a botellines, el bueno de Michael Ehre nos servía un soporífero solo, en el que intercalaría gracietas como incluir la banda sonora del Golpe a sus devaneos. Absolutamente prescindible en definitiva, sería lo que se afano por mostrarnos el espigado baterista.
Pasado el momento más aburrido de la noche, la cosa volvería a ascender con la misma facilidad con la que lo había hecho hacia una hora, como si de una curva perfecta se tratase. “Blood Religion” dignificaría su trabajo Majesty, aderezando el corte con luces espantosas, a la vez que marcaba el punto crucial sobre el que la formación volvía a erguirse.
“Master of Confusion” metería la directa de golpe, merced su riff fácilmente reconocible y a sus maneras de tema de Hansen de toda la vida. Un poco de sonrojo provocaba comprobar lo similar que resultaba este corte respecto a “Send me A Sign”, “Valley of the Kings” o “Heaven or Hell”, aunque al igual que suele ocurrir con estos, el mencionado levante los ánimos de manera certera cada vez que salga a paseo. Tanta sería la euforia que se prepararía en un momento, que hasta Kai iba a terminar rompiendo una de las cuerdas de su guitarra. Ocurriría justo antes de que la fiesta estuviese literalmente montada, más o menos al mismo tiempo que “Empire of the Undead” nos ponía a cabalgar sin rubor sobre su pueril estribillo.
Llegaría a continuación el culmen de la velada, recuperando sensaciones a través del mismo “Land of the Free” sobre el que jugueteábamos de mocosos. El regreso seria escenificado por una “Rebellion in Dreamland” sin moraleja ni minutaje, con el corte que titulaba aquel legendario álbum incrustado en medio y los mismos aromas que recordábamos asomando.
“Man on a Mission” haciendo las veces de digno colofón, serviría para cerrar la comparecencia de trámite. En este punto se viviría un pequeño momento de mal fario, cuando a Kai Hansen se le desafinaba la guitarra justo antes del vertiginoso solo y se veía obligado a cambiar de herramienta en medio del mismo, tratando de salvar los muebles de la mejor manera que era capaz en ese momento. Sería un detalle que lamentablemente desluciría un poco la plástica que tamaño desenlace podía haber llegado a dibujar.
Volverían al poco preguntándonos cual era nuestro estilo favorito, a lo que obviamente responderíamos sin bacilar. De esta manera tan previsible se iniciaba un “To The Metal”, que ha tardado demasiado poco en conseguir alcanzar los puestos nobles del repertorio. Sigue pareciéndome un corte vulgar al que no debieran de reportar semejante importancia, pero que da la impresión de contar con el beneplácito del maestro de ceremonias.
Mucho más evidente se mostraría la elección de “Send me a Sing” poniendo punto y final a la comparecencia, con sus aires de clásico absoluto y su melodía abiertamente canturreable. Sellaría de manera idónea una noche que no iba a dar para más, con evidente ánimo festivo y en la que los intervinientes parecían haber disfrutado de manera similar a como lo hacían hace casi dos décadas.
Con el cambio de siglo algunas cosas han cambiado radicalmente, habría que sentenciar a continuación. En lugar de la discoteca cutre de pueblo perdido, hoy en día hacemos uso de una sala moderna con excelente acústica, a pesar de que carezca de foso para poder tirar fotos sin atropellos. Tampoco somos ahora mayoría los jovenzuelos que nos empujamos para llegar hasta las primeras filas, más bien nos movemos casi todos sobre las treinta y tantas primaveras mal cumplidas. Lo que viene siendo similar son los llenazos que esta gente continua consiguiendo, con Rhapsody en esta ocasión como invitados de lujo y una exagerada entrada de treinta pavos de por medio, volverían los Gamma Ray a demostrar su capacidad para reventar salas por los cuatro costados.
De primeras no parecía que fuese a ser para tanto como os estoy contando, se apreciaba ambiente alrededor de la Totem, pero no el suficiente como para presagiar el gentío que finalmente nos íbamos a juntar. Haríamos una breve cola y cogeríamos sitio para contemplar a los Rhapsody of Fire, sin duda la banda más conocida que jamás haya existido dentro del metal transalpino de capa y espada. En estos primeros compases aun podríamos movernos con absoluta libertad entre los aficionados, tratando de plasmar en foto las tonadillas cinemáticas que los italianos iban a ir sembrando.
Comenzarían firmes, pero con la escasa pegada que atesora su material más reciente, sonando tan pomposos como en ellos es costumbre en cualquier caso. Desde el inicio nos batiríamos el cobre disparando contra las luces coloreadas que nos devolvía el escenario, colándonos entre los parpadeos para buscar la imagen destinada a perdurar. Sobre las tablas mientras tanto, Fabio Lione daría paso al primer recuerdo que podríamos saborear en forma de “Land Of The Inmortals”, momento este que sería satisfactoriamente recibido, por la vieja guardia que allí nos arrejuntábamos.
El protagonismo recaería como era de esperar, casi en exclusiva sobre el frontman de rizada cabellera, quien daría una interesante lección de tablas y aglutinaría a su antojo todos los focos del recinto. Ahora que Turilli no se encuentra con el conjunto, nadie parece hacer sombra a Lione, ni presentando los cortes, ni en lo que a poner poses de superhéroe se refiere. Siendo esto así, Fabio sería el encargado de introducir cada nueva pieza, utilizando su encanto de Pepito Piscinas transalpino y su español de Erasmus recién aterrizado. De esta forma es como daría paso a “Unholy Warcry”, provocando los primeros suspiros de la noche, al tiempo que se acordaba de mencionar al enorme Christopher Lee en el proceso.
Atravesarían una última vez sobre un corte de su último trabajo, para ir a partir de ese punto aumentando la intensidad de lo que se traían entre manos. Sabiamente colocarían para ello el “Holy Thunderforce”, mostrando de esta manera la mejor cara del conjunto, esa que tiende a plasmar climas propios de película épica ochentera. Ayudándose de multitud de pistas disparadas, pero sin que el conjunto global quedase demasiado desdibujado, reclamarían la jugosa porción de gloria que la noche les tenía reservada.
Así alcanzarían el “Lamento Heroico”, un momento rematadamente cursi en el que Fabio se luciría gracias a su garganta de tenor entrenado. El público sabría valorar el buen hacer exhibido, aplaudiendo ante la destreza que demostraba mantener el de Pisa, después de tantos años dándole zapatilla a sus cuerdas vocales. La inequívoca estampa cinemática que siempre trató de imprimir Luca Turilli a su ex conjunto, resaltaba desde todos los surcos que portaban sus himnos más conocidos.
Con uno de ellos se despedirían camino de camerinos, encomiándose a la gloria perpetua que siempre ha llevado adherida la pieza con la que se abría el Dawn of Victory. De esta manera rematarían sus mejores minutos sobre las tablas de la Totem, tan victoriosos y heroicos como las piezas que habían provocado la euforia, como verdaderos triunfadores de la pequeña batalla en la que se habían visto envueltos.
Regresarían con una tibia “Reign of Terror” sin embargo, que parecía dispuesta para restar brillo a lo que allí se había conseguido. Por fortuna repuntarían poco antes de decir agur, con el último aldabonazo que tenían guardado en la recamara. Sería “Emerald Sword” obviamente la escogida, la icónica pieza que marcó hace muchos años el cenit de popularidad para el conjunto. La presentaría Fabio, indicando a una de las jóvenes de la primera fila lo vetusta que era la pieza en comparación con ella, asegurándola que tal vez no había nacido aun, cuando el corte había sido gestado. De esta manera tan rancia dejarían paso a lo que tenía que llegar, fieles al efectivo guion in crescendo que se habían montado para brillar.
El receso no sería más que el justo para dejarnos pillar una pizca de aire en la calle y otra pizca de cerveza de barril fresquita. Para mucho más no nos iba a dar tiempo, ya que los huecos iban empequeñeciendo ante nuestros ojos y a nosotros nos volvía a tocar la parte central del ruedo, esa desde la que se baila entre empujones y la mitad de las fotos se tiran a mano alzada.
Kai Hansen aparecería tranquilo y sereno, sin apresurase a tomar un centro del escenario que le pertenecía desde antes incluso de llegar. Comenzaría dándole cancha al nuevo trabajo, perfectamente flanqueado por sus veteranos camaradas Dirk y Henjo, con “Avalon” a modo de presentación templada. Todos juntos meterían una marcha más con “Heaven can Wait”, la necesaria para que la sala se convirtiese en la fiesta Happy Metal que nos habíamos imaginado antes de aterrizar.
Una nueva salva proveniente del Empire of the Undead, llegaría hasta nosotros cuando andábamos con los ánimos enarbolados. “Hellbent” sería la escogida esta vez para que los ritmos no fuesen a detenerse en ningún instante. Certeramente iba a proclamar Kai a continuación, que por un rato su intención sería rendir tributo al particular pasado del conjunto. De esta manera se fraguaron acelerados momentos mientras nos deslizábamos sobre la pieza que abría el Insanity and Genius, dejando todas las espadas dispuestas para que el “I Want Out” señalase el primer cambio de tercio que viviríamos.
Tras la evidente explosión de júbilo que conllevaría el clasicazo de Hellowen, la curva de la intensidad comenzaría su descenso irremisiblemente, arrastrando nuestro jolgorio sin compasión alguna. “Pale Driver” iniciaba de esta manera la parte más puñetera del recital, continuando con la presentación del Empire, pero sin el brillo que hasta aquí nos había acompañado. La baladística “Time for Deliverance” reduciría un pelín más la marcha, sirviendo de soso preámbulo para el solo de batería con el que nos darían en toda la boca.
Acorralados como estábamos entonces, entre toda la peña que por allí deambulaba, sin posibilidad de llegar hasta las barras para bebernos el tedio a botellines, el bueno de Michael Ehre nos servía un soporífero solo, en el que intercalaría gracietas como incluir la banda sonora del Golpe a sus devaneos. Absolutamente prescindible en definitiva, sería lo que se afano por mostrarnos el espigado baterista.
Pasado el momento más aburrido de la noche, la cosa volvería a ascender con la misma facilidad con la que lo había hecho hacia una hora, como si de una curva perfecta se tratase. “Blood Religion” dignificaría su trabajo Majesty, aderezando el corte con luces espantosas, a la vez que marcaba el punto crucial sobre el que la formación volvía a erguirse.
“Master of Confusion” metería la directa de golpe, merced su riff fácilmente reconocible y a sus maneras de tema de Hansen de toda la vida. Un poco de sonrojo provocaba comprobar lo similar que resultaba este corte respecto a “Send me A Sign”, “Valley of the Kings” o “Heaven or Hell”, aunque al igual que suele ocurrir con estos, el mencionado levante los ánimos de manera certera cada vez que salga a paseo. Tanta sería la euforia que se prepararía en un momento, que hasta Kai iba a terminar rompiendo una de las cuerdas de su guitarra. Ocurriría justo antes de que la fiesta estuviese literalmente montada, más o menos al mismo tiempo que “Empire of the Undead” nos ponía a cabalgar sin rubor sobre su pueril estribillo.
Llegaría a continuación el culmen de la velada, recuperando sensaciones a través del mismo “Land of the Free” sobre el que jugueteábamos de mocosos. El regreso seria escenificado por una “Rebellion in Dreamland” sin moraleja ni minutaje, con el corte que titulaba aquel legendario álbum incrustado en medio y los mismos aromas que recordábamos asomando.
“Man on a Mission” haciendo las veces de digno colofón, serviría para cerrar la comparecencia de trámite. En este punto se viviría un pequeño momento de mal fario, cuando a Kai Hansen se le desafinaba la guitarra justo antes del vertiginoso solo y se veía obligado a cambiar de herramienta en medio del mismo, tratando de salvar los muebles de la mejor manera que era capaz en ese momento. Sería un detalle que lamentablemente desluciría un poco la plástica que tamaño desenlace podía haber llegado a dibujar.
Volverían al poco preguntándonos cual era nuestro estilo favorito, a lo que obviamente responderíamos sin bacilar. De esta manera tan previsible se iniciaba un “To The Metal”, que ha tardado demasiado poco en conseguir alcanzar los puestos nobles del repertorio. Sigue pareciéndome un corte vulgar al que no debieran de reportar semejante importancia, pero que da la impresión de contar con el beneplácito del maestro de ceremonias.
Mucho más evidente se mostraría la elección de “Send me a Sing” poniendo punto y final a la comparecencia, con sus aires de clásico absoluto y su melodía abiertamente canturreable. Sellaría de manera idónea una noche que no iba a dar para más, con evidente ánimo festivo y en la que los intervinientes parecían haber disfrutado de manera similar a como lo hacían hace casi dos décadas.
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