Casi veinte años
hemos tenido que esperar para que At The Gates regresasen a Vizcaya.
Diecinueve años concretamente, en los que el mundo del Metal ha
cambiado de arriba abajo, devorando a muchos de los grandes nombres
que por aquellos tiempos partían la pana y honrando merecidamente a
quienes tuvieron una aportación meritoria. Los de Goteborg son sin
duda, de los que se engloban en este segundo grupo, el de los que
marcaron a fuego su personalidad y han agrandado su leyenda con el
paso de los años. Concis como el de la Santana, refrendan esta
teoría.
Días antes del
bolo, ya se palpaba la emoción que suelen llevar consigo las grandes
citas, con la legión de aficionados al Death Melódico aguardando
impacientes, la correspondiente venida de los padres fundacionales.
Llegarían en sábado para remarcar aún más el carácter festivo
del evento y coincidiría con una victoria balompédica del Athletic
frente al Madrid, con lo que el ambiente de jolgorio, andaría
potenciado para cuando les tocara subirse a las tablas.
Unas horas antes
sin embargo, cuando aún andaba la gente aterrizando sobre la
Santana, Sound Of Silence aparecerían sin demasiado
alboroto. Aún quedaría mucha tropa por acercarse hasta la sala y
aquello quedaría tristemente desangelado, con los astures aplicando
cera sin importarles demasiado si lo hacían ante treinta que
trescientos. Presentarían su último Anochecer con toda la
vehemencia que fueron capaces, a pesar de que ya desde los primeros
compases, sufrieron una desgraciada zancadilla técnica que les iba a
cortar el ritmo.
Nefta
entretendría a los presentes con chascarrillos más o menos
ocurrentes, hasta que el lapso de tiempo se estiró en exceso y,
literalmente, se quedó sin ocurrencias con las que pasar el mal
trago. Por fortuna se recompondrían admirablemente, una vez
solventaron el percance, desplegando a buen volumen su condenadamente
técnico Metalcore. Les vislumbre bastante más rodados que la última
vez que pude presenciarles, aunque su propuesta, continúe
redirigiéndome hasta los Black Dahlia Murder, más de lo que
quisiera. En cualquier caso, la madurez con la que intervinieron fue
gratificante.
A pesar del buen
tono con el que había comenzado la velada, tornaría mucho más
espectacular una vez que Wormed se hiciesen con los mandos de
la nave. La velocidad desde el escenario pasaría a ser
estratosférica y los cambios de ritmo, imposibles de seguir para la
mayoría de los mortales. El Brutal Death que desplegarían los
madrileños, hubiese rivalizado en técnica con el que acostumbran
gigantes del género como Cryptopsy o Dying Fetus, mostrándose los
madrileños absolutamente capaces y resolutivos, excesivos se mirase
por donde se mirase.
La incontestable
apisonadora que soltarían sobre los asistentes, dejaría a más de
uno descolocado, sin asidero desde el que soportar semejante andanada
metálica y es que, no fueron pocos los que acabarían abrasados
frente a tanta brutalidad. Muchos serían los fans de At The Gates,
que no esperaban toparse con semejante morlaco embravecido, a quienes
la particular voz “gorrina” a lo Disgorge, les sentaría
como una patada en los mismísimos. Técnicamente perfectos, a pesar
de no ser una banda que servidor hubiese escogido para telonear a los
jefazos suecos.
Llegarían los
mencionados, a las puertas de brindarnos un concierto inolvidable,
diecinueve años después y con su intro de acento mexicano,
bendiciendo la malsana liturgia. Descorcharían al igual que con su
último trabajo, al ritmo poderoso que imponía “Death and the
Labyrinth”, otorgando importancia desde el principio, al redondo
que habían venido a presentar. Sobre él se montaría gran parte de
la contienda, sobre unos nuevos cortes que la banda jamás
consideraría accesorios.
La fiesta
absoluta sin embargo, arrancaría con el otro gran pilar que
sostendría la actuación de los suecos. El Slaughter of the Soul,
claro está, haría acto de presencia para provocar la locura en
medio del recinto bilbaíno. Empezando por el apabullante tema título
y continuando con el no menos destructivo “Cold”, el combo
despejaría cualquier duda sobre su estado de forma. El implacable
sacrificio seguiría tan afilado, como lo recordábamos hace un par
de décadas.
Alternarían otro
de los grandes puntales de su último opus, el que daba nombre al
redondo, para obligar una vez más a los presentes al cabezeo
indiscriminado, hasta que Tomas Lindberg destaparía la dupla
mortífera que conformaban “Terminal Spirit Disease” y “Raped
By The Light of Christ”, ambas recitadas por gran parte de los
asistentes, entres sentidos pogos y recuerdos de otros tiempos.
El rubio cantante
oficiaría glorioso, con su tradicional gorra de camionero enfundada,
iría recorriendo el escenario una vez tras otra en lo que sus
compañeros se quedaban con su particular parcela de terreno. La
legendaria frialdad sueca, volvería a dar lugar a comentarios, más
cuando uno contemplaba las supuestas caras largas de los hermanos
Bjorler, al tiempo que clavaban todas y cada una de las notas que
precisaban. Obviamente, no encontraríamos motivos de queja en este
aspecto.
Sin tiempo a
demasiados análisis, nos veríamos aplastados “Under the Serpent
Sun”, en lo que nos percataríamos del elevado número de veces que
la voz de Lindberg se apoyaba con el reverb, sin modificar en
absoluto el sonido original, pero amplificando hábilmente el veloz
fraseo que iba escupiendo. Sería lo menos perfecto de At The Gates,
por tratarse del componente humano, pero también sería lo más
disfrutable de ver.
Continuaríamos
nuestro viaje por los orígenes del Death Melódico, con alguno de
los cortes que antecedieron la creación del estilo, como “Windows”
sin ir más lejos, en los que la audiencia reverenciaba a sus ídolos
y con otros que ya podrían incluso ser considerados como
fundacionales, caso de “Suicide Nation”, en los que la perfecta
mezcla de velocidad y harmonía, impulsaban a casi toda la zona
delantera a bramar en salvaje sintonía.
El aliento
tendríamos que irlo a buscar en “Heroes and Tombs”, uno de los
pocos momentos que la banda dejaría para coger aire antes de volver
a disparar “Nausea”, sin preocuparse por quien caía a su paso.
Tendríamos que catar pogo a esas postreras alturas de la velada,
imbuidos por la percusiva metralleta que conformaba Adrian Erlandsson
desde su batería, atrapados en medio de un mosh en el que las caras
conocidas nos saludaban, al tiempo que chocábamos.
Observaríamos
una vez más la pétrea estampa del par de hermanos que llevan veinte
años cimentando el Death Melodico como tal, primero con At The
Gates, y durante muchos años más, con The Haunted. De mientras nos
volveríamos a meter en harina con World Of Lies”, solo un segundo
después de que terminásemos besando el “Burning Darkness”, para
decir hasta luego a la banda.
Volverían con el
par de temas más celebrados de su carrera, el descomunal “Blinded
By Fear” y el sombríamente bello “Kingdom Gone”, dos himnos
absolutos del Death Metal sueco, que a día de hoy siguen resultando
atronadores y perfectos, Ideales se nos antojarían para cerrar poco
antes de que la banda decidiese interpretar “The Night Eternal”,
a modo de epilogo envenenado. Con el terminaríamos nuestro
particular viaje por el laberinto musical de At The Gates.
Crónica y fotos por Unai Endemaño.
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