A
tiro hecho continúan funcionando los Airbourne,
sin necesidad de reinventar la formula con la que llevan deslumbrando
desde los inicios y confiando todas sus acciones sobre la esencia
misma del Rock and Roll verbenero. La fiesta por la fiesta, regada
con cerveza de lata y servida sin ornamentos que la distorsionen.
Solo Rock del que mencionaban los Rolling. El mismo que convencía a
pesar de su aparente simpleza, ejecutado en este caso, con las
clásicas pinturas de guerra australianas.
Justificándose
bajo esas premisas, la sala Santana lucía galas de gran evento, con
asistencia masiva desde bien entrada la tarde. La gente había
respondido a la llamada de los Airbourne,
sin importarles demasiado que aquello fuese un martes perdido en
medio del verano. Se podía ver mucho integrante de la vieja guardia,
mucha cazadora recortada y cantidad de ilusión por lo que allí
estaba a punto de celebrarse. El clásico ambiente de los grandes
eventos, pero ofertado en sala en lugar de pabellón. Antes de entrar
nos imaginábamos sin problema, a la vista de lo que contemplábamos,
el modo en el que este grupo terminara reventando plazas muy grandes
en los años venideros. Es solo cuestión de tiempo.
En
cualquier caso, ocupándonos del capítulo que tocaba esta vez,
tomábamos posiciones para disfrutar con el goloso anticipo que
anunciaba el cartel del evento. Los paisanos Hightlights
iban a ser los
encargados de poner la fiesta a rodar, plantándose serios frente al
gentío que deambulaba. Pondrían firmes a la parroquia gracias a su
Rock and Roll eléctrico, de la misma forma en la que habían hecho
tantas otras veces antes, y sin dejarse amedrentar por lo exigente de
la experiencia.
Resultarían
idóneos para los presentes, absolutamente eficaces y enchufados,
desplegando con acierto algunos de los temas que compondrán su
primer trabajo. Gozarían por desgracia de unas luces pobres y un
sonido bastante limitado. Un par de obstáculos ante los que se
sobrepondrían con oficio y tablas, haciendo buenas las horas y horas
de saraos, que van acumulando a sus espaldas. Terminarían sin robar
una pizca de protagonismo a los jefes de la velada, pero habiendo
cumplido con su trabajo. Rematando con su versión del “Shoot,
Shoot” de UFO y recogiendo sus bártulos, como humildes currelas
del escenario que son.
Nos
dejaban con el enorme telón que ocultaba la parte trasera del
escenario, un lienzo que se caería de golpe cuando arrancasen los
primeros compases de “Ready To Rock”. Ante nosotros aparecerían
los cuatro australianos que habíamos ido a ver, enrabietados
mientras tomaban posiciones ofensivas. En la retaguardia lucía un
impresionante muro de pantallas Marshall, de la misma forma en la que
aparecen en alguno de sus videoclips más famosos, dibujando el
estereotipo perfecto de concierto rockero.
Completaban
la estampa con su clásica actitud de malotes tabernarios, sin parar
de agitar y con Joel O´Keeffe acaparando casi todos los focos del
recinto. El volumen se había tornado perfecto y los clásicos del
conjunto estaban completando el círculo, derritiendo sin prisa
cualquier atisbo de resistencia que pretendiésemos oponer. La propia
cadencia hacía que acompañásemos con la cabeza “Too Much, Too
Young, Too Fast” o “No One Fits Me Better tan You”, inducidos
por los irresistibles ritmos australianos.
La fiesta no se detendría en
ningún momento, aunque en algunos tramos se aminorase la marcha por
la insistencia del conjunto en interactuar con su público. Algunos
cortes fueron alargados en demasía de esta manera, abusando del
canturreo popular, aunque propiciando el buen rollo generalizado.
Sería el único lunar que se le podría acabar poniendo al
espectáculo, si es que nos diese por ponernos puntillosos. Lo cierto
es que el concierto no terminaría siendo, de los que merecen
anotaciones en los márgenes. Nadie podría haberse sentido
defraudado, si es que tenía constancia de lo que había ido a ver.
El
guion estaba claro y no aceptaba intromisiones. Los cuatro
australianos repartiendo estopa, agitando como posesos y sudando la
gota gorda ante sus fieles. Joel concretamente, era el encargado de
protagonizar los inevitables momentos estelares, ya fuese reventando
garimbas contra la testa, como sacando a pasear un gigantesco foco al
tiempo que presentaba “No Way but the Hard Way”. Antes habría
tenido tiempo de dedicar “Girls in Black” a las mujeres presentes
y hasta de darse un paseo a hombros de un roadie, entre los
aficionados. Genio y figura el colega.
Se
marcharían con el público absolutamente entregado, ofreciéndonos
un poderoso y veloz “Stand Up For Rock N Roll”, sin que a Joel le
hubiese dado tiempo a trepar por uno de los laterales como
acostumbra. Volverían por tanto al de escasos minutos, con el otro
hermano O´Keeffe haciendo sonar una sirena antiaérea en medio del
tablao y el cantante apareciendo por sorpresa encima de los Marshall.
De esta manera dispararían “Live It Up” y dejarían casi todo
preparado para barrer lo que quedaba con “Running Wild”.
Aquí
se viviría el último instante memorable, con el protagonista
subiéndose a uno de los balcones laterales e interpretando el solo
pertinente, con un pequeño crio que andaba por allí, acompañándole.
El colmo de todas las ovaciones vendría a continuación, juntando en
una misma celebración lo exuberante de un concierto bien rematado,
con lo tierno que pinta un pequeño chaval portando una guitarra de
juguete. Ni planeado les hubiese quedado mejor y con esa sensación
es con la que acabaríamos dejando atrás, el martes perdido en
cuestión. Con una buena sonrisa y el deseo de volvernos a encontrar
pronto con estos Cocodrilos Dundee del Rock And Roll.
Cronica y fotos por Unai Endemaño.
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