Hay muchos que
aún se acuerdan de los tiempos en los que Jeff Waters actuó por
primera vez en el País Vasco. Fue durante la gira del Painkiller
nada más y nada menos, liderando una formación que poco tenía que
ver con la que hoy presentan, mostrándose como las nuevas promesas
del Thrash Metal mundial de la época y entablando una relación de
por vida con la facción más clásica del metaleo vascuence.
El tiempo les
haría separarse una y mil veces, evaporando la sensación de
conjunto que tenían cuando aquello, dotando sin embargo al prota de
la historia, de una impronta que pocos se atreverían a cuestionar
hoy en día. Muchos han sido los obstáculos que ha conseguido
superar el hacha de Ottawa para ello, labrándose mientras tanto una
reputación inquebrantable, suficiente como para que la asistencia a
sus conciertos siempre sea justificable.
En pleno 2015, y
a casi 25 años de la gira con Judas que mencionaba un poco más
arriba, los canadienses volvían hasta Euskadi para presentar nuevo
disco ante la parroquia. En este caso sin cantante que apoyase a
Waters, habiéndose apeado desde la anterior comparecencia Dave
Padden del buque y dejando cierta incertidumbre sobre cómo iban a
conseguir clavar los temas de las diferentes épocas.
Las escasas dudas
que presentaba la cita, en ningún momento serían óbice para que un
nutrido grupo de aficionados, se personase en la bilbaína Santana el
jueves ocho de octubre. Pasarían de doscientos asistentes y serían
suficientes como para que el buen rollo imperase en esta nueva
celebración, montando algún pogo que otro y dándole el necesario
calor a una velada marcada desde hace mogollón de meses atrás.
Desgraciadamente
nos perderíamos a la pareja de teloneros que acompañan a
Annihilator a lo largo de toda la gira, ya que salieron pronto a
repartir y terminaron en menos de una hora sus respectivos concursos,
dejando que el escenario fuese preparado durante más de media hora
para el despliegue de Waters y compañía.
Anunciando con el
“Rock you like a Hurricane” de Scorpions, irían alertando de su
presencia a los que andaban fumándose el cigarrito fuera de la
sala. Una vez concluida la intro, no volverían a otorgar segundas
oportunidades. A partir de que el “King of the Kill” se personase
en la sala, toda la descarga cogería un admirable ritmo, hasta que
las luces terminaran por prenderse.
Rápidamente
incidirían sobre el último redondo que les tocaba presentar,
soltando "Snap", "Suicide Society" y "Creepin
Again", uno tras otro, en perfecta cadeneta afilada, y
justificando la presentación del disco que figuraba en los telones
escénicos.
A partir de ahí,
con la pequeña salvedad de "No Way Out" haciendo de puente
entre la parte clásica y la novedosa, el repertorio estaría
centrado exclusivamente por temazos de la época troncal de
Annihilator, tocando básicamente las mejores etapas de los
canadienses, y desembocando en los momentos más thrashers del
conjunto, seguramente los que más peña esperaba escuchar.
Caería un
celebrado "Set The World on Fire", con su beligerante
introducción, y la sala entera coreando su machacón estribillo, la
veloz "W.T.Y.D" devolviéndonos hasta los surcos del
Alison Hell y un "Never, Neverland" que sigue siendo
presentado a modo de himno personal. El propio Waters se encargaría
de matizar que las crudas vivencias que aquí se narraban,
correspondían a una historia verídica acaecida en Canadá hace casi
tres décadas. La misma épica siniestra que siempre ha llevado
aparejado el tema, volvería a hacerla sobresalir como uno de los
momentos cumbre de la velada.
Tras el recuerdo
al nunca jamás, Waters pasaría sobre los discos que grabo en
solitario a finales de los noventa, encadenando un trepidante
"Refresh The Demon" y un "City of Ice" en el que
comenzó a notársele que la voz no le iba a dar para mucho más.
Afortunadamente el solo de batería llegaría para dar un poco de
aire a las maltrechas cuerdas vocales del patrón de Annihilator.
Regresarían
pidiendo que la peña les ayudase a corear el divertido "Brain
Dance", y terminarían provocando el inevitable pogo al tiempo
que se marcaban un postrero "Phantasmagoria". Para esos
instantes ya solo le quedaba a Waters dar la puntilla certera, la
cual estaría reservada para su conocido tema estrella, posiblemente
el que mayor gente sea capaz de ponerse a cantar, cuando de un
concierto de Annihilator es de lo que estamos hablando.
Evidentemente la
sala entera estallaría con el celebérrimo "Alice in Hell",
el inmortal descenso a los infiernos de una chavala que minuto a
minuto, iba perdiendo la cabeza. La euforia sería desmedida,
constatando hasta que punto este corte fue crucial en la carrera de
los canadienses, dejándonos plenamente satisfechos y a punto para
los breves bises que estábamos a punto de chuparnos.
Sinceramente me
supieron a poco los postres que la banda había preparado,
regalándonos un extraño medley en el que tropezarían cortes
viejunos como "Kraf Dinner", "21" y "Reduced
To Ash", siendo salteadas por las divertidas introducciones del
maestro de ceremonias. La traca final sería mucho más letal, y
conllevaría toda la mala vaina que siempre ha traído consigo el
"Human Insecticide", un corte fulminante que zanjaba otra
notable comparecencia de los Annihilator, ni de lejos la mejor que
les habíamos visto, pero sin suficientes quejas como para no
plantearnos seriamente volver a contemplarles. Tan solo habría que
preguntarle a Jeff, hasta cuando aguantara sin reclutar un nuevo
cantante para su armada aniquiladora.
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