Considerando lo vital que supone para un crítico, remarcar la importancia que tienen las cosas diferentes, me veo obligado a deshacerme en elogios ante los Obsidian Kingdom, ya desde el primer renglón que abre esta modesta crónica. Juntando letras tan solo, es complicado dibujaros una imagen precisa sobre la exultante amalgama de ideas que tratan de llevar a cabo estos catalanes, sería necesario un rosario de paralelismos, para que las formas que facturan, pudiesen ser explicadas certeramente. El apartado del directo, que es lo que aquí verdaderamente nos ocupa, no supone para ellos más que otra estación en la que desbordar sus posibilidades, tenemos que concluir tras lo vivido en la Sonora de Erandio.
El cartel de la noche lo completaban otro par de bandas, que para su desgracia, verían minimizado su trabajo, una vez que las comparaciones con los que cerraban hiciesen acto de presencia. De primeras y desde el mismo Bilbao, saltaban sobre el escenario Lines, un conjunto con un único EP editado y al que aún le faltan horas de vuelo, como para salir airosos de comparecencias como la que aquí se relata. Defendiendo lo mejor que atinaban, su Post metal de corte lánguido, ante los escasos espectadores que allí nos encontrábamos, mostraron su enorme abanico de influencias, constatando que aún no han encontrado la fórmula para hacer que todas cuadren, sobre lo que pretenden interpretar. Ecos de Tool se mezclaban con ambientes oscuros semejantes a los de Alice in Chains, para pasar acto seguido a coger el camino del medio, exponiendo una vena Sludge que recordaba horrores a los legendarios Down. Dada su tendencia inequívoca hacía la oscuridad, los arrebatos de furia que interponían y la impresión global que desde el escenario se pretendía mostrar, los podría calificar como a unos Isis deslavazados, un conjunto que tiene muchísimo potencial, pero al que aún le queda encontrar su propio sonido, como para que sus verdaderas dimensiones puedan ser disfrutadas.
Proclamando desde el inicio, que los encargados de la Sonora podían apagar el micrófono que presidia el centro del escenario, es como arrancaría la segunda banda de la noche. Continuo Renacer no precisarían de muchas más introducciones para poner su maquinaria en funcionamiento. Los enrevesados conceptos que el trio de Beasain ejecutaría durante los siguientes minutos, dieron para diversas lecturas, dependiendo de quien fuese el receptor del mensaje que se intentaba trasmitir. Imagino que para todos los músicos presentes en la Sonora aquella noche, la actuación supuso un disfrute parecido al que hubiesen experimentado en un clinic con Steve Di Giorgio, James Murphy y Gene Hoglan. Una sucesión de cambios de ritmo en las que todo parecía preparado para que la técnica brillase sobre el conjunto, una suerte de carambolas encajadas en cadeneta, que pretendidamente no buscaban el punto de apoyo, que a menudo ofrece lo digerible.
Fuese como fuese, su interpretación no podría ser puesta en duda por alma alguna, su sonoridad heredada de Death y sus progresiones similares a las de monstruos del Progresivo extremo, como Obscura o Cynic, dejaban pocas opciones a la queja gratuita, su capacidad para trasmitir algo, sin embargo, era mucho más difícil de constatar. Complicado se hacía encontrarle el alma al monstruo iracundo que ante nosotros se erguía. Ni siquiera cuando subían un cantante para que interpretase un par de cortes, la sensación cambiaba en demasía, la conexión quedaba restringida a los pocos capaces de ver más allá, del masivo despliegue técnico desplegado.
En otra constelación diferente, pero compartiendo escenario por un día, se presentaban Obsdian Kingdom para desgranar su aclamado Mantiis, frente a los que aun permanecíamos expectantes. Las luces se apagaban y las miradas se posan sobre las dos pantallas que el conjunto había instalado sobre los laterales del escenario, instante exacto en el que “Not Yet Five” comienza a deslizarse, mientras la banda va tomando posiciones uno a uno. Las imágenes que los monitores nos obsequian, casan perfectamente con el ambiente que el quinteto pretende transmitir, la puesta en escena es limitada debido al escenario de la Sonora, pero en ningún momento el resultado final se ve comprometido.
Sin innecesarias interrupciones que nos devolviesen al mundo tangible, los catorce mordiscos que componen la caleidoscópica creación, van abriéndose paso certeramente, calculando cada punto exacto en el que tienen que desgarrar el alma. Los músicos, cada uno en su respectivo segmento, se encargan de ir cincelando los resquicios que en su día facturasen en estudio, lo de apoyarse sobre colchones pregrabados, no parece que vaya con ellos.
Las lógicas comparaciones con mil y una bandas, aparecen cuando se logra coger perspectiva sobre lo que se está presenciando. El Post Black de Agalloch, se menciona de la misma manera que el oscurantismo industrial de Nine Inch Nails, o los momentos más atmosféricos de Ulver. El mismo espíritu que reside en luminarias del Metal contemporáneo como Ihsahn o Leprous, es el que parece hacernos un guiño, cuando Obsidian Kingdom están ante nosotros. Similar entrega y ambición, por plasmar sobre un escenario el concepto que han creado, les hermana de una forma que nunca habrían llegado a conseguir, si previamente lo hubiesen pretendido.
Cuando todo parece tener un sentido, resulta duro detenerse para enjuiciar los nimios aspectos técnicos que bajan ligeramente el listón. En este escueto apartado, tan solo se podrían incluir los primeros momentos en los que al teclista le tocaba el turno de coger la voz cantante, a su favor diremos, que no se amilanó y consiguió que su garganta fuese a más durante toda la actuación.
Volviendo una vez más, por el tobogán espinado que nos estaban sirviendo en bandeja de plata, destacaremos la perfecta sensación de sincronía que exhalaba cada miembro del conjunto, la indestructible pasión de quien siente lo que hace, la pasmosa facilidad con la que todas las piezas eran encajadas ante nuestras narices, la certeza infinita en definitiva, de estar ante verdaderos artistas de lo extraordinario.
Ninguna canción podría ser mencionada por encima de las otras, ya que el todo, es un concepto con el que la banda juega, ya desde la misma aventura que supone elaborar un álbum completo en directo. Las imágenes ayudan en este punto, tan pronto ofreciéndonos frases sombrías, como derviches tratando de ascender hacía su propia verdad espiritual. El collage que la formación iba montando minuto a minuto, insinuaba múltiples aristas, de la misma forma que la música que desde los altavoces atronaba.
La brevedad, no por esperada, acabaría dejando de ser la mayor pega dentro de una actuación inmaculada. Mantiis no tiene una duración ilimitada y en algún punto las luces tendrían que despertarnos de lo que habíamos vivido. Catorce mordiscos tan solo habíamos ido buscando y nos los llevábamos todos para casa, en el retrovisor quedaba una banda a la que ya no se la puede calificar como promesa, un conjunto que va a traer multitud de alegrías a los melómanos más exigentes, independientemente del país del que procedan.
El cartel de la noche lo completaban otro par de bandas, que para su desgracia, verían minimizado su trabajo, una vez que las comparaciones con los que cerraban hiciesen acto de presencia. De primeras y desde el mismo Bilbao, saltaban sobre el escenario Lines, un conjunto con un único EP editado y al que aún le faltan horas de vuelo, como para salir airosos de comparecencias como la que aquí se relata. Defendiendo lo mejor que atinaban, su Post metal de corte lánguido, ante los escasos espectadores que allí nos encontrábamos, mostraron su enorme abanico de influencias, constatando que aún no han encontrado la fórmula para hacer que todas cuadren, sobre lo que pretenden interpretar. Ecos de Tool se mezclaban con ambientes oscuros semejantes a los de Alice in Chains, para pasar acto seguido a coger el camino del medio, exponiendo una vena Sludge que recordaba horrores a los legendarios Down. Dada su tendencia inequívoca hacía la oscuridad, los arrebatos de furia que interponían y la impresión global que desde el escenario se pretendía mostrar, los podría calificar como a unos Isis deslavazados, un conjunto que tiene muchísimo potencial, pero al que aún le queda encontrar su propio sonido, como para que sus verdaderas dimensiones puedan ser disfrutadas.
Proclamando desde el inicio, que los encargados de la Sonora podían apagar el micrófono que presidia el centro del escenario, es como arrancaría la segunda banda de la noche. Continuo Renacer no precisarían de muchas más introducciones para poner su maquinaria en funcionamiento. Los enrevesados conceptos que el trio de Beasain ejecutaría durante los siguientes minutos, dieron para diversas lecturas, dependiendo de quien fuese el receptor del mensaje que se intentaba trasmitir. Imagino que para todos los músicos presentes en la Sonora aquella noche, la actuación supuso un disfrute parecido al que hubiesen experimentado en un clinic con Steve Di Giorgio, James Murphy y Gene Hoglan. Una sucesión de cambios de ritmo en las que todo parecía preparado para que la técnica brillase sobre el conjunto, una suerte de carambolas encajadas en cadeneta, que pretendidamente no buscaban el punto de apoyo, que a menudo ofrece lo digerible.
Fuese como fuese, su interpretación no podría ser puesta en duda por alma alguna, su sonoridad heredada de Death y sus progresiones similares a las de monstruos del Progresivo extremo, como Obscura o Cynic, dejaban pocas opciones a la queja gratuita, su capacidad para trasmitir algo, sin embargo, era mucho más difícil de constatar. Complicado se hacía encontrarle el alma al monstruo iracundo que ante nosotros se erguía. Ni siquiera cuando subían un cantante para que interpretase un par de cortes, la sensación cambiaba en demasía, la conexión quedaba restringida a los pocos capaces de ver más allá, del masivo despliegue técnico desplegado.
En otra constelación diferente, pero compartiendo escenario por un día, se presentaban Obsdian Kingdom para desgranar su aclamado Mantiis, frente a los que aun permanecíamos expectantes. Las luces se apagaban y las miradas se posan sobre las dos pantallas que el conjunto había instalado sobre los laterales del escenario, instante exacto en el que “Not Yet Five” comienza a deslizarse, mientras la banda va tomando posiciones uno a uno. Las imágenes que los monitores nos obsequian, casan perfectamente con el ambiente que el quinteto pretende transmitir, la puesta en escena es limitada debido al escenario de la Sonora, pero en ningún momento el resultado final se ve comprometido.
Sin innecesarias interrupciones que nos devolviesen al mundo tangible, los catorce mordiscos que componen la caleidoscópica creación, van abriéndose paso certeramente, calculando cada punto exacto en el que tienen que desgarrar el alma. Los músicos, cada uno en su respectivo segmento, se encargan de ir cincelando los resquicios que en su día facturasen en estudio, lo de apoyarse sobre colchones pregrabados, no parece que vaya con ellos.
Las lógicas comparaciones con mil y una bandas, aparecen cuando se logra coger perspectiva sobre lo que se está presenciando. El Post Black de Agalloch, se menciona de la misma manera que el oscurantismo industrial de Nine Inch Nails, o los momentos más atmosféricos de Ulver. El mismo espíritu que reside en luminarias del Metal contemporáneo como Ihsahn o Leprous, es el que parece hacernos un guiño, cuando Obsidian Kingdom están ante nosotros. Similar entrega y ambición, por plasmar sobre un escenario el concepto que han creado, les hermana de una forma que nunca habrían llegado a conseguir, si previamente lo hubiesen pretendido.
Cuando todo parece tener un sentido, resulta duro detenerse para enjuiciar los nimios aspectos técnicos que bajan ligeramente el listón. En este escueto apartado, tan solo se podrían incluir los primeros momentos en los que al teclista le tocaba el turno de coger la voz cantante, a su favor diremos, que no se amilanó y consiguió que su garganta fuese a más durante toda la actuación.
Volviendo una vez más, por el tobogán espinado que nos estaban sirviendo en bandeja de plata, destacaremos la perfecta sensación de sincronía que exhalaba cada miembro del conjunto, la indestructible pasión de quien siente lo que hace, la pasmosa facilidad con la que todas las piezas eran encajadas ante nuestras narices, la certeza infinita en definitiva, de estar ante verdaderos artistas de lo extraordinario.
Ninguna canción podría ser mencionada por encima de las otras, ya que el todo, es un concepto con el que la banda juega, ya desde la misma aventura que supone elaborar un álbum completo en directo. Las imágenes ayudan en este punto, tan pronto ofreciéndonos frases sombrías, como derviches tratando de ascender hacía su propia verdad espiritual. El collage que la formación iba montando minuto a minuto, insinuaba múltiples aristas, de la misma forma que la música que desde los altavoces atronaba.
La brevedad, no por esperada, acabaría dejando de ser la mayor pega dentro de una actuación inmaculada. Mantiis no tiene una duración ilimitada y en algún punto las luces tendrían que despertarnos de lo que habíamos vivido. Catorce mordiscos tan solo habíamos ido buscando y nos los llevábamos todos para casa, en el retrovisor quedaba una banda a la que ya no se la puede calificar como promesa, un conjunto que va a traer multitud de alegrías a los melómanos más exigentes, independientemente del país del que procedan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario