Reviviendo
nuestros alegres años mozos, llegaríamos hasta la Santana 27 el
pasado 18 de Octubre. Tocaba reencontrarse con unos viejos conocidos
de nuestra quinta, otros que han ido cambiando a medida que pasaban
los años, probando cosas y tomando riesgos al tiempo que se iban
haciendo mayores. Al finalizar la velada, el mencionado bonito
recuerdo sería todo lo que nos tendríamos que llevar para casa. Lo
único que nos llevaríamos intacto, tras un más que cuestionable
espectáculo.
Sin adelantar un
solo apunte, acerca de lo que nos iban a ofertar los cabezas de
cartel de la noche, comenzaremos señalando hacía la buena entrada
que luciría la sala, desde primera hora de la tarde. Mucha más
gente de lo que nos esperábamos, rodeando la Santana 27 para
generar el clásico ambiente de colegueo metálico, que tanto
disfrutamos los aficionados veteranos. La clase de cita perfecta,
para toparte con viejos conocidos con los que hace mil que no
coincides.
Así comenzábamos
la fiesta, entre cervezas y Power Metal de baja graduación.
Masterplan enlazarían sin problema con este ambiente
distendido, obligándonos a gestionar su elegante Metal
centroeuropeo, que como no podía ser menos, arrancaría con la
recargada intro de rigor. “Enlighten Me” haría las veces de
salva de bienvenida, dotando de importancia al primer trabajo que el
conjunto dejo grabado allá por el 2003. Nos liaríamos la manta a la
cabeza a partir de ese momento exacto.
Una vez hubimos
comprobado como el segundo corte a concurso, también correspondía
al mencionado primer plástico, pudimos constatar como Masterplan no
habían venido hasta la Santana, para jugarse la noche a los dados.
Asegurando más de la mitad del repertorio a su trabajo más
celebrado, garantizaban una respuesta entusiasta y sentida, pinchando
en parte con la nostalgia, y en parte con la calidad innegable,
clavarían de esta manera un setlist blindado.
“The Spirit
Never Die”, “Heroes” o “Crystal Night” nos presentaban de
esta manera a los Masterplan iniciáticos, aquellos que surgieron
cuando la burbuja del Power Metal aún no se había pinchado. Con esa
suntuosa base de teclados y coros medidos marca de la casa,
desarrollarían los cortes bajo la despreocupada mirada del absoluto
maestro de ceremonias, convenciendo a propios y a extraños, pero sin
aportar nada que no les hubiésemos visto en anteriores ocasiones. La
falta de sorpresas, sería lo único achacable a los de Roland
Grapow.
En el apartado de
los pros, asistiríamos a una banda de sobradas garantías, con
musicazos de relumbrón como Jari Kainulainen o Rick Altzi, que
cumplían sin problema con las exigencias requeridas. Por momentos,
incluso llegaríamos a imaginarnos que estábamos ante el mismísimo
Jorn Lande, dado lo fácil que engarzaba sus partes el ex-cantante de
Thunderstorm. Confieso que su imagen también ayudaría, en esta
percepción alucinógena que os estoy narrando.
Zanjado el
notable teloneo de la noche, llegaríamos hasta el show que más
arriba he resumido como decepcionante, el que darían los Edguy
de Tobias Sammet. Los de Hesse comenzarían por todo lo alto, a lomos
del tigre amoroso que ruge orgulloso desde su último opus. Así
tomarían las tablas, dejando que Tobi provocase el entusiasmo, al
tiempo que demostraba su carisma desde el minuto cero.
La banda sonaba
pletórica y compacta, tan divertida como cualquiera de sus video
clips y con su cantante, menos saltimbanqui que la última vez que
nos lo cruzamos. De haber desarrollado un repertorio razonable y
mantenido, con el mismo ritmo con el que habían saltado a la pista,
hubiesen terminado trazando un bolo tremebundo. Lamentablemente la
tónica del espectáculo no sería tan dinámica.
No tardarían sin
embargo, en lucir el “Out Of Vogue” sobre la Santana,
mostrándonos desde el principio su enorme facilidad para interpretar
metal ochentero de producción actual, aunque su primer golpe sobre
la mesa, lo fuesen a dar con el “Superheroes”. El hímnico
estribillo seduciría sin problemas a la concurrencia, engatusando a
fuerza de melodías pegajosas y ritmillos facilones. Nos acordaríamos
del simpático videoclip de la pieza, y de la graciosa coreografía
que no llegarían a emular en esta ocasión.
A partir de ahí
comenzarían a producirse un rosario de parones innecesarios, con
presentaciones en las que Tobi se enrollaba más de la cuenta, ponía
al público a cantar y detenía el normal discurrir de la velada.
Cuando los temas fluían la fiesta despegaba, pero echaba el freno al
tiempo que ganaban minutos de relleno. Ocurriría desde la enorme
muestra de Power Metal que supuso “Defenders Of the Crown”,
aprovechando su parte central para que la peña hiciese los coros,
hasta el mismísimo final de la velada con “King Of Fools”.
Llegaríamos a
contar menos temas ejecutados sin parones, que los que fueron
interpretados apoyándose sobre el respetable, y esto, a pesar de
crear una divertida interacción entre público y artistas, restaría
demasiada intensidad al show que aquí nos ocupa. Con doce cortes tan
solo, un solo de batería al son de la marcha imperial de Star Wars,
retazos de Maiden colados con calzador y una versión del “Rock Me
Amadeus” de por medio, a duras penas se puede montar un concierto
digno.
Saldrían mucho
mejor parados de lo que cabría esperar a tenor de lo comentado, ya
que tal y como hemos señalado de primeras, las interpretaciones
serían excelsas cuando por fin tenían que serlo. Una verdadera
lástima que montasen el show en base a lo superfluo, alargando en
demasía himnos como “Vain Glory Opera” o “Babylon”, que no
hubiesen necesitado de subterfugios para emocionar. Triste que con lo
bien que andaba de voz el señor Sammet, se entretuviese con la paja,
en lugar de ir directamente al grano.
Tendrían tiempo,
claro está, para sacar su enorme hinchable policiaco mientras le
daban al título que nombraba su último trabajo. Divertido sería
como Tobi lo presentaría como Burt Reynolds, potenciando su faceta
de showman, de la misma manera que más tarde haría para presentar
la versión de Falco, asegurando en esta ocasión, que el Metal se
basa en la libertad y en tener las pelotas de hacer lo que uno le
viene a dar en gana. Todo ello justo antes de interpretar un clásico
del Pop ochentero, para más inri. No cabe duda de que saben cómo
reírse de ellos mismos, y de todo el que pretende tomarles en serio
de paso.
Rescatarían una
de sus mejores baladas, como es “Land Of the MIracles”, sin
pretender emular el caustico tramo final que contenía la original y
marchándose a boxes antes de tiempo, justo después de habernos
regado con las lágrimas de la mandrágora. Regresarían al de nada,
para zanjar con un “Lavatory Love Machine” que puso la sala a
punto de ebullición, dispuesta para que “King Of Fools”, les
permitiese salir a hombros sin problemas. No sería suficiente para
nosotros, pero la mayoría imperante, daría por buena la
experiencia. A pesar de todos los regates que nos habían infringido
a lo largo del concierto, la gente saldría con una inequívoca
sonrisa en la boca y con eso es con lo que tendríamos que quedarnos.
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