Son ya unos
cuantos años los que lleva el bilbaíno Kristonfest, erigiéndose
como festival de referencia para los aficionados más sibaritas de la
franja norte. Anteriormente habían sido los seguidores del Stoner,
los principales beneficiarios de sus lustrosos carteles, mientras que
en esta ocasión, la ganancia ha estado mucho más repartida entre
los de toda clase y condición. El único nexo común que no ha
variado respecto a pasadas aventuras, es la calidad incuestionable
que se ofrece desde la Santana 27. Una calidad que haría palidecer a
eventos mucho más consagrados, se mire por donde se mire.
Si bien es cierto
que casi todo lo que podemos contar de este festi es positivo, no
debemos dejar de mencionar la caótica entrada que sufrimos para
acceder al recinto. Una entrada excesivamente lenta y precipitada,
que nos impidió contemplar buena parte de la actuación de
Childrain. Esto se debió al poco tiempo que se dejo entre la
apertura de puertas, y el arranque de los bolos, lo cual hizo
materialmente imposible que cogiéramos posiciones como estaba
previsto.
Una vez hubimos
sorteado el accidentado inicio de fiesta, comenzaríamos a disfrutar
con el buen hacer de los vitorianos. Su propuesta casaría
perfectamente con los tiempos que la noche nos propondría. Su Death
Melódico entroncaría con las poderosas maneras que más tarde iban
a servirnos Gojira, con la energía absoluta que desplegarían
Toundra y con los oscuros recovecos que nos iban a servir The Ocean.
Su puesta en
escena luciría poderosa y ensayada, adornando con molinetes los
fornidos ritmos que trenzaban. Tendrían tiempo para desplegar sus
clásicos personales, "Awakening" y "Silence As A
Medicine” y se bajarían entre aplausos unánimes. Miembros
destacados de la poderosa nueva escena vasca, los Childrain aún
tendrán que darnos muchas alegrías en los años venideros. Con
tanta calidad como atesoran, pensar lo contrario ni se plantea.
Los siguientes
ases que la organización había reunido para el poker, serían los
emergentes Toundra. Un conjunto que esta gozando ahora mismo
de una popularidad inusitada para el Post Rock en España y que con
cada nueva actuación que afrontan, justifican la fama que han ido
adquiriendo sus directos en los últimos tiempos.
Apostarían la
mayor parte del repertorio sobre su último trabajo, con “Strelka”
presentando las primeras gradaciones de la velada, y los cuatro
músicos haciéndose fuertes desde sus correspondientes parcelas de
escenario. El “Cielo Negro” volvería a temblar ante nosotros,
con las famosas tumbadas de su guitarra, en lo que los niveles de
intensidad aumentaban proporcionalmente.
Lucirían también
nuevos himnos como “Kitsune”, demostrando el poderío que
conserva su reciente material, pero la sensación general no acabaría
siendo tan deslumbrante como en anteriores ocasiones que los habíamos
contemplado. No tengo muy claro si por la evidente comparación con
lo que vendría a continuación, o porque hacía muy poco que les
habíamos visto encabezar triunfalmente el Wombat Fest de Durango.
Esta vez sin embargo, oficiarían como complemento al magno
espectáculo festivalero, sumando ostensiblemente en el cómputo
general, pero lejos de sus mejores recitales como estrellas
absolutas.
La siguiente
carta que se guardaba bajo la manga la organización del Kristonfest,
supondría una impresionante sorpresa para muchos de los presentes,
elevando el entusiasmo de todos aquellos que tuvieron a bien
sumergirse hasta el fondo mismo del océano remoto. Acompañados por
imágenes marítimas de fondo, y envueltos por un omnipresente azul
opaco, los maestros alemanes del Post Metal, irían desplegando el
colosal Pellagial tema a tema.
Cogeríamos aire
entonces frente a The Ocean, absolutamente inmersos en las mil
y un hendiduras que atesora su poderosa obra maestra. Cada pequeño
resquicio del fondo marino, nos sería presentado con valentía y
estilo, con un Robin Staps que oficiaba de maestro de ceremonias en
la sombra y un Loic Rosetti absolutamente estelar. Poder escénico
mayestático, que tornaría absurdamente mágico cuando el liviano
frontman, decidiera lanzarse sobre los presentes desde la balconada
de la Santana.
Antes de que ese
cinematográfico momento aconteciese, el señor Rosetti ya había
planeado sobre algunas cabezas un par de cortes antes, pero lo que
vendría después acabaría siendo lo que marcase la comparecencia.
Un salto desde tres metros, de espaldas y sin soltar el micro con el
que estaba cantando, mantendría a la sala en un suspiro absoluto,
una tensión inevitable que rompería en ovación cerrada, mientras
era devuelto hasta el escenario en volandas.
Una vez más
saltaría el cantante de The Ocean sobre las primeras filas, en lo
que la banda atacaba los cortes más Doom de la noche. Los tiempos se
tornarían oscuros entonces, sin que la luz apenas apareciese por las
inmediaciones, perdidos en el mismo fondo oceánico en el que
habíamos ido a naufragar. Volverían los músicos ante la ovación
generalizada, interpretando un par de cortes más, para terminar
saliendo por todo lo alto del festi.
Hasta ese momento
la media general había sido sobresaliente, sin que hubiésemos
tenido oportunidad alguna para entonar quejas razonadas. Aún así, y
a pesar del altísimo nivel al que estaba rayando la noche, la
perspectiva quedaría desdibujada tras la aparición de las bestias
de Iparralde. Gojira iban a dar el concierto de la noche, y
muy posiblemente, de todos los Kristonfest que se han celebrado hasta
la fecha.
La comparecencia
de los de Bayona, sería de tal magnitud, que empequeñecería
sobremanera todo lo que habíamos podido presenciar. Desde el
inhumano sonido que restallaba desde los altavoces, hasta la absoluta
precisión con la que se emplearían los protagonistas, todo el
espectáculo sería digno de las grandes ligas. La clase de concierto
a la que le sobran galones como para lucir en un estadio, pero con
las comodidades que ofrecen las salas de medio aforo. En pocas
palabras, lo que viene a ser un lujazo de la hostia.
A partir del
minuto uno en el que "Ocean Planet" nos saludaba
salvajemente, comprobábamos todas las virtudes que han hecho
universales a estos franceses. La voz del mayor de los Duplantier
ganando muchísimos enteros respecto a la versión de estudio,
añadiendo potencia y agresividad desmedida, la batería
requetecuadrada que acostumbra a marcarse el hermano pequeño, y la
puesta en escena sofisticada y efectista, de la pareja que completa
la formación.
Darían especial
importancia a los dos trabajos con los que consiguieron el
estrellato, dejando unos pocos momentos para ir recordando el resto
de redondos que alberga su discografía. De esta manera, el grueso de
su actuación lo formarían los míticos, "The Heaviest Matter
Of The Universe", "Vacuity", "Oroburus" o
"Flying Whales". En esta última cantinela dedicada a las
ballenas voladoras, se le vería a Joe especialmente sentido, tal vez
por la lúgubre temática que posee el corte.
No debemos olvidar que el bolo que Gojira dieron en Bilbao, fue el
segundo tras la trágica muerte de la madre de los hermanos
Duplantier. Un triste detalle que dotaría de una atmosfera especial,
a todo lo que allí acabaría produciéndose. La rabia traducida en
perfecto Death Melodico, haciéndose fuerte entre las paredes de la
Santana, en medio de un festival de un solo día, que rubricaba con
éxito su cuarta edición, y apuntaba orgulloso hacía el año que
viene con su formula inmaculada.
Epilogo: Una vez
las luces se hubieron encendido, y la parte oficial del festival
tocaba a su fin, aún tendríamos a los Wizards esperándonos para
recordarnos por qué fueron el grupo revelación del año pasado.
Fueron a tope con Ina desatado y aplicando la ultraviolencia
furibunda, con su set habitual, con caídas, abrazos y mucho
compañerismo entre los que les conocemos. Puro Rock And Roll en
vena, perfecto para darnos el último chute que precisaba este
Kristonfest 2015.
Crónica y fotos por Unai Endemaño.
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