Por amor hacía los sonidos más turbios, algunos hacemos cosas ciertamente excéntricas a menudo. De esta manera tan explícita se podrían definir algunos de los momentos previos al concierto que aquí se relata, como excéntricos cuanto menos. Solo así me puedo referir al hecho de bajarse de un avión tras haberte tirado el día entero sin parar, descansar durante una hora en casa para reunir energías y coger el coche acto seguido, con la idea de hacer cien kilómetros del tirón. Como justificación para tanto sacrificio, se encontraba la última visita de Year Of Light por nuestras tierras, un motivo de peso para la clase de chiflados referidos en la primera frase de este escrito.
Con escasa puntualidad sobre el horario previsto, llegábamos hasta la Mogambo de Pasajes tras un ratejo largo para aparcar. La sala nos recibía con su entrañable ambiente de tugurio de otra época, todas las comparaciones posibles con los añorados gaztetxes, no serían suficientes para hacerse una idea. A las puertas del garito los franceses que habíamos venido a ver tocar, apuraban unos tragos como si todo aquello no fuese con ellos. Daba gusto ver lo relajado que se planteaba el panorama, con merchandise en abundancia para ojear mientras hacíamos tiempo y una barra que ofertaba brebajes a precios de chiste, el plan dominguero iba cuadrando sin apenas proponérnoslo.
Downfall of Gaia empezarían con bastante retraso respecto a lo planeado, siguiendo con la tónica placida y sosegada que se había impuesto en el ambiente. Sabiendo que tenían mucho más a ganar que a perder, afrontaron su comparecencia sin demasiada presión, como si aquello fuese por momentos, un ensayo con más colegas enfrente de lo habitual. La tensión se le dejaban a la propia música que iban entresacando de sus instrumentos, así sonaba sucia, rota, y todo lo hiriente que eran capaces de hacerla sonar. Descargaban piezas extensas de sus dos trabajos, recordándonos a menudo a los Wolves in a Throne Room, Althar Of Plagues y similares, la clase de melodías que parecen provenir del Black Metal primigenio, pero que un día decidieron ponerse metafísicas. Aplicando de esta manera ideas que bandas como Deafheaven o Austere han conseguido llevar a la categoría de arte, a los Downfall of Gaia les quedaban sus partes más pesadas para hacerse notar. En esos instantes tan deudores de Neurosis mostraban sus buenas maneras, pero en ningún momento parecieron capaces de trascender sobre sus propias influencias. Dejaron un buen sabor de boca en cualquier caso, anticipando con profesionalidad al año de oscuridad que nos aguardaba.
Siendo como son los de Burdeos, el doble de integrantes que sus predecesores en la velada que aquí se relata, estaba claro que las tablas de la Mogambo se les iban a quedar pequeñas. Contarían para superar este pequeño contratiempo con los aledaños del escenario descrito. Colocaron las pedaleras y el teclado debajo de las tablas, dejando un par de sencillas baterías en su lugar y haciéndose fuertes a menos de un metro de nuestras narices. Este proceso desembocaría en un concierto que habiéndose iniciado de una forma tan poco ortodoxa, iría cogiendo calor al tiempo que los minutos transcurrían. La inmersión psicodélica y sombría iría ganando terreno, mientras el Post Metal acabaría siendo lo único que resonara en el fondo de nuestras cabezas, a modo de mantra carente de compasión. Los ritmos se irían repitiendo con maldad, para proceder a engordarse cada vez que iban llegando a sus desenlaces, de manera similar a como gustan de facturar gigantes de la angustia como Cult Of Luna. Incluso el efecto de las dos baterías al unísono, nos recordaría la marcialidad que a menudo imprimen los de Umea a sus piezas.
El repertorio giraría por completo en torno a su aun inédito Tocsin, dejando un solitario recuerdo tan solo, para su espectacular Ausserwelt del 2010. Pocos serían de todos modos los que repararían en piezas por separado, el sentimiento de jam que los músicos transmitían, no dejaba demasiado lugar para ese tipo de consideraciones. La atmosfera era mucho más importante que las canciones que habían llegado a provocarla, se puede afirmar al respecto. Los grados que acabarían alcanzándose en la pequeña Mogambo, un domingo cualquiera en medio de un mar de Doom, Drone y ritmos cortados, serían los resultantes de todo lo que allí se estaba cociendo. A escasos centímetros de donde nos plantábamos, delante de seis músicos que esquivaban nuestras miradas todo lo que les era posible, la noche fue quedándose sin luz, oliendo a tabaco y melancolía, dejándonos para el recuerdo un infinito replicar de melodías inacabadas y el buen hacer de aquellos que las entretejían.
Crónica/Fotos por Unai Endemaño
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